“En la fotografía de Madoz,
nunca nada es lo que parece”, escribe Alfonso Domínguez Lavín. Y en efecto, la
exposición de treinta y siete obras que está siendo uno de los grandes
acontecimientos del verano en el Puerto de la Cruz (Chema Madoz XXI, sala de CajaCanarias Fundación) y que puede
contemplarse hasta el próximo 2 de octubre, refleja, en blanco y negro, las
composiciones de una imaginación que vuela alto, traspasando todos los límites
conceptuales. Parece, pero no es.
Cualquier objeto le vale a Madoz con tal de combinar,
superponer, engranar, ensamblar o trabar, hasta hacer que funcionen los
resortes de la inteligencia del espectador. Los que hagan ver que todo es
posible sin tener por qué interpretar una contraposición. Surrealismo puro. Borja
Casani lo explica en el catálogo: “Madoz trabaja con el sentido de las cosas
desplazando el lenguaje natural de los objetos hasta descubrir un nuevo orden,
una nueva verdad simbólica que produce por contraste un impacto perceptivo”.
Así, una taza de café cuyo fondo es el cabezal de un desagüe
de fregadero o un reloj de muñeca cuya correa son rieles de una vía férrea o un
imbornal convertido en birrete o los elepés como platos de batería convencional
o la torre Eiffel como tacón alto de un zapato femenino o la nube enjaulada en
el firmamento o un arco construido con libros significan imaginativos alardes
concatenados de ese lenguaje fotográfico que percibimos con sorpresa inicial
hasta discernir el sentido interpretativo del autor y la armonía que ha logrado
impregnar.
Chema Madoz (Madrid, 1958), que ganó el Premio Nacional de
Fotografía de España en el año 2000, ha visto reconocida su obra en varios
países, entre ellos Francis y Japón. Esta selección que puede contemplarse en
el Puerto de la Cruz revela la “metáfora infinita” que le atribuyó Quino Petit,
en el diario El País. El autor hace
gala de su poder creativo con la cámara y plasma una idea que cobra naturaleza
llamativa y poderosa. “Entramos en los dominios del creador de un universo
onírico donde las imágenes se transforman en poemas visuales”, escribe Petit.
Y como generoso creador, como consciente de que no ha
alcanzado el cenit y de que su imaginación brota incesante, el fotógrafo
madrileño confiesa que “trabajando con los objetos, conocí el vértigo de no
vislumbrar el fin. A estas alturas todavía sigo descubriendo cosas nuevas en
ellos, no tengo la sensación que se trate de algo que tengo controlado”.
Claro, el aura de los objetos.
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