Los riesgos de malbaratar el producto...
Un
sitio web, Trivago, especializado en buscar los precios medios de los
establecimientos hoteleros por noche en países, regiones y ciudades de España y
Europa, sitúa al Puerto de la Cruz como el destino turístico de playa más
económico durante este verano. Alojarse en el Puerto cuesta una media de 72
euros por noche en habitación doble. Un 16,1% más que el año pasado, por
cierto.
Según
la información elaborada por la agencia de noticias Europa Press, los datos de
Trivago revelan que el precio medio de estos destinos se sitúa en los 167
euros, aumentando un 8,58% con respecto a agosto del pasado año.
Si se
tiene en cuenta que el municipio ibicenco de Santa Eulalia aparece como el más
caro (un precio medio de 360 euros), la localidad tinerfeña aparece bastante
lejos en la clasificación.
Lo
mejor de estos registros es el incremento con respecto a 2015 pues ello refleja
una clara mejora en los niveles de competitividad. Desde hace unos años, el
Puerto de la Cruz ha venido debatiéndose en unas preocupantes oscilaciones de
su oferta de alojamientos, con tendencia a la baja, según se decía en medios
turísticos, como única manera de garantizar unos mínimos de ocupación y no
producir casi una situación empresarial insostenible.
En todo
caso, la clave radica en eso, en no malbaratar el producto ya que después la
recuperación es muy costosa. Además, no es solo cuestión de precios sino lo que
comporta en la propia consideración de la oferta o del destino.
El
Puerto de la Cruz tiene que superar su decadencia. A los esfuerzos que cabe
exigir al sector público, hay que sumar el compromiso activo y las aportaciones de la iniciativa privada.
En el ámbito del negocio turístico, a sabiendas de lo difícil y costoso que
resulta competir con otros destinos potentes, hay que mejorar con realidades,
con atractivos que cualifiquen y
justifiquen esos aumentos de precios.
Se ha
dejado de hablar, por cierto, de la especialización y esa es una asignatura
que, en medio del baile de récords y de crecimientos, habrá que plantearse con
necesidad de contribuir a perfilar de una vez el modelo de ciudad o de destino
que cuenta en su haber con una sólida experiencia.
Si hay
indicadores de leve mejoría, esperanzadores al fin y al cabo, habrá que confiar
en nuevos horizontes si hubiera nuevas infraestructuras, si se notasen los
efectos de un plan de mantenimiento, si las convocatorias anuales de certámenes
prosiguieran la senda labrada y si los encantos interiores, incluidos los de
servicio y atención personal, fuesen, en conjunto, factores sobre los que
asentar un resurgimiento.
Lo
contrario sería arriesgarse a malbaratar el producto.
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