La pelota de la
gobernabilidad salta maltrecha sin saber en qué tejado se quedará. A las
dificultades de concertación, ya proverbiales desde diciembre, se suman los
efectos colaterales de la corrupción política. La decisión del Tribunal Supremo
de investigar a la ex alcaldesa de Valencia, la senadora Rita Barberá, tal como
están las cosas, es un disparo a la línea de flotación de un partido y de un
candidato que vislumbran horizontes insostenibles y necesitan del oxígeno de
una renuncia para intentar que la pelota siga teniendo esperanzas en la azotea.
Pero, claro, ahí tienen al
socio, al secretario general de Ciudadanos, Albert Rivera, que ha hecho de la
regeneración política y de la exigencia de acabar con tantos manejos al margen
de la legalidad, dos círculos concéntricos de su discurso. Rivera, que ha
afeado tantas conductas -aunque empiece a transigir con algunos hechos- no
tardó ayer tarde en exigir la renuncia de Barberá si quería el PP seguir
contando con su apoyo en busca de la gobernabilidad imposible a la espera de lo
que llueva en Galicia y Euzkadi.
El apremio es tal que a lo
largo del día se esperan noticias. El Partido Popular, aun confiado en la
transigencia y en la fidelidad de sus votantes, es consciente de que la
resistencia tiene un límite y que tras la mala administración del Gobierno del
‘caso Soria’ vienen más pleitos judiciales, teóricamente un desgaste que otras
formaciones políticas no hubieran resistido.
Estos no son marrones. Lo
siguiente.
Y la pelota aquella, salta
que brinca.
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