La
fiebre demoscópica desatada tras el harakiri
político
del PSOE en su máximo órgano converge en que los restos del
naufragio están lo suficientemente dispersados como para hacer
pesimista cualquier expectativa de respaldo electoral. A estas
alturas, después de que encuesta tras encuesta siempre salen
malparados, los socialistas serán los menos extrañados, pero valgan
algunos indicadores para contrastar lo que vale un cisma.
Por
supuesto que hay que relativizar los sondeos, de modo que sean
tenidas en cuenta todas las circunstancias que concurren, desde el
momento o la fecha de elaboración hasta el método seguido, el
universo de población consultado y, por supuesto, el margen de
error. Pero al socialismo no le basta ya su refugio de haber ganado a
las encuestas en algunas ocasiones. Ahora, el hastío político puede
causar estragos en la población: si antes, lo fácil era castigar al
PSOE -en los sociobarómetros y en las urnas-, existe, tras el
infausto 1 de octubre, un nuevo motivo para presuponer que los
ciudadanos le retiran la confianza.
Eso
es lo que los socialistas deberían hacerse mirar: la población
parece no perdonar el desbarajuste interno de una organización, en
este caso, política. En alguno de los sondeos, seguro que
confeccionado a toda prisa, intencionalidades al margen, se concluye
que el PSOE puede llegar a perder hasta un millón de electores (un
millón, se dice fácil y pronto). Si eso fuera así o se
materializara en la práctica, es para reflexionar y convenir que los
españoles son muy peculiares. De modo que las discordias públicas y
la trascendencia de las luchas intestinas son objeto claro de
reprobación, mucho más, incluso que la propia corrupción política.
Veamos
un ejemplo: en las elecciones autonómicas y locales de 2011,
presidentes y alcaldes socialistas recibieron un voto de castigo
-pese a casos de evidente buena gestión- por el malestar ciudadano
con las políticas llevadas a cabo para afrontar la crisis galopante
(aunque no causada) por los gobiernos de José Luis Rodríguez
Zapatero. Cinco años después, tras dos consultas electorales y
tropecientas encuestas de toda laya, se ha demostrado que la
extendida corrupción política en el actual partido gubernamental no
merma la confianza. Los ciudadanos siguen confiando en el PP pese a
la prolija casuística, al incesante flujo judicial y la sospecha
extendida, bien es verdad que con una proclividad a generalizar muy
acusada. La diferencia estriba en que con unos se es más permisivo o
condescendiente que con otros.
Pero,
volviendo al principio, no deja de ser curioso que las trifulcas
internas en el socialismo sean menos condonadas. Ese es un aspecto
del análisis que estarán haciendo en busca de la cicatrización de
heridas, de proyecto mínimamente sólido y de liderazgo renovado. Si
en el sector derecho -medios del espectro incluidos- se ha llegado a
decir que las urnas ya han indultado (con apenas costo y sin apenas
contrición) tanta conducta pública irrespetuosa, viciada e indigna
de una democracia moderna, en el socialismo español, entre el
derrumbe de la socialdemocracia, una visión alicorta y los
personalismos antepuestos en los legítimos juegos de poder, el
sombrío panorama se enreda y oscurece cada vez más sin que aquel
socorrido recurso de la madurez histórica y responsable parezca que
esta vez vaya a prosperar y a surtir efectos positivos.
Cuestión
de valorarlo y hacérselo mirar. Por el bien propio y el de la
democracia.
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