Es
más, creemos, que una cuestión de piel fina o sensible. Cierto que
es muy difícil acertar con las formas de protestar pero no parece
que ausentarse de un pleno o reunión institucional sea la decisión
más atinada. Porque a las instituciones se va a trabajar, a
representar al pueblo o a los electores, con el fin de defender ideas
o programas, de presentar alternativas, de promover iniciativas o de
fiscalizar la acción de los gobernantes. Se está en ellas para
contribuir, aún en la oposición, a la defensa de los intereses
generales. Y, en fin, para dejar testimonio de que los asuntos
públicos interesan, por lo que dejar constancia de una posición es
lo consecuente.
Antes
de que se marchara la representación de Podemos de un reciente pleno
de las Cortes por disconformidad con una resolución de la presidenta
en un turno de alusiones (volvió a los pocos minutos; era el
numerito para ganar foco y espacio mediático ), ya hicieron algo
similar otros grupos políticos en distintas instituciones. Y siempre
nos pareció una actitud merecedora de reprobación.
Puede
ser poco ortodoxa la dirección de los debates, o algunas
determinaciones derivadas de los mismos, o un exceso de
autoritarismo, o una aplicación inapropiada de preceptos
reglamentarios… pero eso no debe dar pie a levantarse de los
asientos y ausentarse del foro. Porque así, haciendo eso, es fácil
hasta perder la parte de razón que pueda asistir a quienes
protagonizan esa intempestiva salida. De ello se puede discrepar
-después de expresar el rechazo o la disconformidad con la actuación
de la presidencia, para que conste en acta- mediante cualquiera de
los recursos que quedan a los “damnificados”, incluso
extrainstitucionales.
Pero
en los órganos hay que quedarse, hay que estar de principio a fin,
máxime si son abiertos o si tienen trascendencia exterior. Es una
actitud de responsabilidad política, la que procede y la que cabe
exigir a quienes están en esos foros representando a parte de la
ciudadanía.
La
democracia española está necesitada de sosiego, de conductas
edificantes y de comportamientos institucionales alejados de la
algarada y de la trifulca. Son los políticos quienes deben dar
ejemplo, no sea que con salidas de tono o de pata de banco aumenten
el desapego de la sociedad a todo cuanto envuelve la política.
Cuando la legítima discrepancia da pie a exabruptos o
extravagancias, a despropósitos que solo abonarán el desprestigio,
se estará cultivando un terreno negativo que desilusiona a mucha
gente y desalienta a quienes ya han ido amontonando síntomas de
escepticismo o hartazgo político.
Y
es que a las instituciones se va a trabajar, no a ausentarse por un
quítame allá ese turno.
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