Se
supone que el lector, a estas alturas, ya debe estar al tanto del
nuevo Gobierno. Suerte y aciertos. Sobre todo, en algunas materias de
las que quizá el lector no ande tan impuesto: la reducción del
déficit, que nos afecta a todos, y que supone un ajuste
presupuestario de cinco mil quinientos millones de euros. No es que
las demás asignaturas sean más llevaderas, ni mucho menos, pero
esta de la fiscalidad, con repercusiones propensas a la
impopularidad, tiene, desde luego, aristas complicadas.
¿Qué
hará el nuevo ejecutivo, ahora que se acabó el período de las
funciones, esa provisionalidad alimentada por los reconfortantes
registros turísticos y el consumo compulsivo? No somos, como saben,
expertos en esa materia pero este aspecto concreto no es para pasar
de puntillas, de modo que entre las alternativas que maneje el
Gobierno, la primera debe ser una reforma fiscal integral orientada a
la recaudación de esa cantidad para salvar los restos del naufragio
del Estado de bienestar. Pero eso implica, en lenguaje coloquial,
apretarse de nuevo el cinturón: si las clases medias y las menos
favorecidas ya han probado el amargo sabor de las restricciones y de
los sacrificios, que se preparen. Vienen más. La de explicaciones
que habrán de dar los responsables y sus aliados para persuadir de
la necesidad de las medidas.
Cinco
mil quinientos millones de euros. Lo ha señalado sin dobleces
Bruselas para situar el déficit de 2017 en el 3,1%. Sin querer
alarmar: a ver de dónde y cómo se saca ese importe pues la
recaudación tributaria en los primeros nueve meses del presente año
se ha visto reducida, según las propias cuentas oficiales, en un
1,3% respecto al mismo período de 2016. Por cierto, otra caída de
ingresos: la del Impuesto de Sociedades, en un 25%. Con esos
porcentajes, tendrán que hacer, cuando menos, ingeniería contable.
A
la espera, entonces, de bálsamos y cataplasmas, o de esa reforma
integral fiscal, las recetas que vienen son las previsibles: recortes
del denominado gasto social y nuevos incrementos tributarios. En ese
sentido, volvemos a los elementales razonamientos de siempre: el
principio de garantía de distribución de los ingresos de forma
equitativa tiene que cumplirse. Se trataría de reformar el sistema
tributario para acomodarlo a la mayoría de las rentas de los
ciudadanos, es decir, que paguen más quienes tienen más recursos,
de modo que la presión fiscal no se cebase con los contribuyentes de
renta media-baja. El objetivo añadido sería reducir los márgenes
de desigualdad, que siguen siendo amplios y, en algunos casos, como
la brecha salarial, dolorosos.
Si
se quiere recaudar más, hay que efectuar medidas correctoras
valientes como gravar las grandes fortunas o poner freno y
transparentar los mecanismos de las sociedades de inversión de
capital variable (SICAV), que gozan de ventajas fiscales a la hora de
materializar su objeto social es que es invertir en activos
financieros. Esas medidas deberían complementarse con un plan eficaz
y creíble de lucha contra el fraude fiscal que igual alivia la carga
impositiva de los contribuyentes: dos mil euros anuales en tributos.
Ya está bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escriba su cometario. Sólo se pide respeto