No
se ha pasado de los ensayos y las presentaciones y ya están hablando
del Carnaval... ¡de 2018! En algunos círculos carnavaleros
portuenses, puede que malinspirados por la celebración de algo
denominado Carnaval de verano -¡en pleno agosto del pasado año!-,
se sugiere un posible cambio de fechas, al menos para no hacerlas
coincidir con las programadas para Santa Cruz de Tenerife.
Apresurémonos a decir que está bien que se debata pero que, de
prosperar la iniciativa, estaríamos ante un disparate monumental y
un error de similar categoría.
Por
la vía de la simpleza: todas las festividades tienen sus fechas en
todos lados y obedecen a criterios concretos y consecuentes. Se puede
intentar toda la flexibilidad, acomodar, propiciar... pero el
calendario, más allá de rigideces, es el calendario. Además, el
carnavalero obedece a criterios que han perdurado. Ya sabemos que el
Carnaval es una festividad de origen pagano que se desarrolla justo
antes de la Cuaresma cristiana, en la que se practicaba vigorosamente
el ayuno y la abstinencia de las carnes. Las fechas de otra
conmemoración subsiguiente, las de Semana Santa, se determinan
tomando el primer domingo siguiente a la primera luna llena tras la
entrada de la primavera (domingo de Resurrección). A partir de ahí,
se establece el calendario carnavalero, retrocediendo cuarenta días
hasta el miércoles de Ceniza, cuando se lleva a cabo el 'entierro de
la sardina'.
Si
se sale del cauce, como por lo visto se pretende, surgen las
complicaciones. Se supone que uno de los móviles de la modificación
de fechas es la clara ¿interiorización? ¿absorción?
¿introspección? que ha sufrido el Carnaval portuense por parte del
capitalino. Pensar que había logrado diferenciarse, tener su propia
personalidad, despertar atractivos en todas partes, principalmente en
el norte, y hasta en la propia Santa Cruz. No era cuestión de
competir sino de producir una fiesta genuina.
Se
trata de revertir esta situación, dirán los proclives a las nuevas
fechas. Para ello, si se acepta tal premisa, es indispensable
concentrar esfuerzos con el fin de revitalizar el carnaval del Puerto
de la Cruz y recuperar sus niveles de participación y brillantez,
aún contando que tiene mucho de espectáculo, dada la vertiente
turística que hay que aprovechar, sí o sí. La fiesta carnavalera
en la ciudad está expuesta, desde hace años, a riesgos y
circunstancias que merman su engrandecimiento. Costará levantarlo
pero hay que perseverar en el empeño. No hay que resignarse pues
quedan mimbres y hay un capital de experiencias que se debe
reactivar. Cierto que, hasta ahora, el relevo generacional en el
ideario y en la organización de los festejos, así como la desidia y
la carencia de alicientes, no han dado los frutos apetecidos. Ha
faltado continuidad, de modo que otros carnavales sí han crecido,
han retenido a los lugareños y han menguado las potencialidades de
los reclamos en el Puerto. Si se quiere salir del marasmo, los
cambios en el almanaque no son, en nuestra opinión, la fórmula más
aconsejable. Posponerlos no es la solución y, mucho menos, propiciar
que la programación se vea sometida a una cierta comparación. Ahí
sí que habría que competir. Y no es cuestión.
El
punto de vista turístico es tan importante como inevitable a la hora
de valorar las decisiones que se adopten. Los flujos de visitantes se
sienten atraídos, en una inmensa mayoría, por el Carnaval
chicharrero, el que tiene como marco principal vías, plazas y
recintos de la capital tinerfeña. Pero una buena parte de aquéllos
se aloja en establecimientos portuenses. En los paquetes y planes de
viaje se incluye la opción de disfrutar de algo más cercano, aunque
de menor grandiosidad. Eso no se puede desaprovechar: al contrario,
hay que potenciar e incentivar la programación para hacer que, junto
a los nativos carnavaleros, se queden en los ambientes adecuados,
desde plaza de Europa a plaza del Charco o explanada del futuro
parque marítimo. ¿Y qué se hace, además, con el intercambio con
Düsseldorf y las importantes ciudades alemanas de la Renania, donde
hay un mercado turístico de gran peso? No creemos que haya
predisposición ni voluntad de abandonarlo.
Se
saldría pues de los esquemas lógicos y de la propia tradición o
'cultura' carnavalera. Ni con gaseosa hay garantías para el posible
experimento. Que debatan, si quieren y no hay otros asuntos de más
enjundia que tratar, pero no parece una iniciativa atinada. Sería
mucho mejor fomentar grupos, auspiciar innovaciones, organizar mejor
lo poco que se tiene (¡ese Mascarita, ponte tacón!), buscar
locales, crear, ensayar, cualificar condiciones de divertimento,
encontrar fuentes de financiación...
Dejen
la fiesta en su sitio natural del almanaque. Carnaval, sí; pero en
sus días correspondientes. Busquen estímulos, cultiven valores
carnavaleros, creen ambiente apropiado. Eso: genuino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escriba su cometario. Sólo se pide respeto