Hay
Trump para entretenerse. No solo aquel discurso inconcebible para una
toma de posesión y para un presidente de Estados Unidos de América
sino lo que ha caracterizado sus primeras horas, sus primeras
decisiones. Ni algo tan serio y discutible, políticamente, como el
desmantelamiento de la reforma sanitaria de su antecesor -no hay
diferencias en los estilos ni nada-, ha merecido análisis más
detallados, dadas sus consecuencias, como las protestas de mujeres en
ciudades de todo el mundo, disconformes con el comportamiento, la
agresividad, las advertencias y hasta la misoginia del nuevo
mandatario. La multitudinaria reacción hace que ya se hable de
resistencia civil.
Pero
también habría que incluir entre lo llamativo y lo impensable la
declaración de guerra a los medios, hecha en un escenario como la
sede de la CIA (Virginia), lo que no deja de tener su simbolismo. Ya
Donald Trump había hecho gala, en campaña y en vísperas de su
asunción, de discrepancias abiertas con medios y periodistas, a los
que critica, excluye y discrimina abiertamente, sin miramientos, en
plenas comparecencias de prensa. Para que no hubiera dudas de cuál
va a ser la tónica, en su estreno, les espeta, puño en alto, que
está embarcado en una guerra contra los medios, [pues] “están
entre los seres humanos más deshonestos de la tierra”. Trump no se
ha quitado el traje de magnate que todo lo puede y ordena a base de
dinero y poder. Ahora ocupa el político: peor, por consiguiente.
Si
ya periódicos como The New York Times o The Washington Post
acogieron con frío escepticismo los contenidos del discurso de la
toma de posesión, no es de extrañar que se eleve progresivamente el
nivel de crítica y contestación. A Trump, como candidato, le fue
bien descalificando y estigmatizando: estableció hostilidades con
los medios, especialmente con aquellos que criticaron sus modales y
vaticinaron convulsiones de todo tipo. En sus primeros desempeños,
no parece que vaya a reconsiderar, por lo que puede que estemos ante
un nuevo modelo de relación entre el poder político y los medios de
comunicación.
Porque
¿se puede sostener ese enfrentamiento sin reservas? El tiempo lo
dirá. De momento, se apela a la cordura y la racionalidad que se
supone albergan gabinetes y asesores para ir disuadiendo al
presidente Trump y modulando sus extravagancias. En el pasado, nadie
se atrevió a tanto, aun cuando hubiera discrepancias notorias con
líneas editoriales que pudieran derivarse de intereses económicos o
financieros. Lo cierto es que Donald Trump ha hecho un discurso
beligerante contra los medios, al menos contra aquellos que le
disgustan por entender que defienden posiciones contrarias, incluso
desde el punto de vista ideológico. Se nota que los principios de
pluralidad no están en su agenda.
Lo dicho: hay presidente
para entretenerse. Y para aguantar desmanes.
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