El
presente año coincide con algunos relevantes aniversarios europeos.
Se cumplen, por ejemplo, sesenta años del Tratado de Roma (1957) y
veinticinco del firmado en la ciudad holandesa de Maastricht (1992),
dos hitos en la construcción de la actual Unión Europea (UE).
Coinciden en unos momentos delicados para este proyecto que aglutina
afanes y propósitos de los pueblos del viejo continente pero que no
termina de aprobar asignaturas como las situaciones de emergencia o
la defensa de los derechos humanos (la crisis de los refugiados es la
prueba más evidente), en tanto debe afrontar también riesgos de
fragilidad estructural de imprevisibles efectos sociales y económicos
como son los inherentes al 'brexit'.
Será,
pues, 2017 un año a tener en cuenta desde el ángulo europeísta. Ya
hemos conocido el aperitivo de la Conferencia de Asambleas
Legislativas Regionales (CALRE), que agrupa a setenta y cuatro
parlamentos regionales de ocho países de la UE y a cuyo frente se
sitúa el presidente del Parlamento de Andalucía, Juan Pablo Durán
Sánchez. La CALRE tiene como objetivos principales profundizar en
los principios democráticos y participativos en el marco de la
Unión; defender los vaores y principios de la democracia regional y
estrechar los lazos entre las asambleas legislativas regionales. El
intercambio de buenas prácticas es una interesante pauta de
funcionamiento. Entre los Grupos de Trabajo que se integran, por
cierto, está el de Migraciones y políticas de refugiados y
menores no acompañados que
actuará bajo la co-coordinación de la presidenta del Parlamento de
Canarias, Carolina Darias San Sebastián; y del presidente del
Consejo Regional de Molise (vigésima región de Italia), Vincenzo
Cotugno.
También ha iniciado un nuevo ciclo el Consejo de
Municipios y Regiones de Europa (CMRE), presidido ahora por el
italiano Stefano Bonaccini y en el que cinco de los veintitrés
portavoces elegidos por el Comité Director son españoles. En el
CMRE tienen claro que el papel de municipios y regiones debe
reafirmarse para contribuir a la recuperación de la fortaleza de una
Europa unida.
Sin esa unidad, será difícil cree en la operatividad
de la UE, a cuyas estructuras y organismos se suele acudir cuando hay
un problema desatado y no cuando es necesario fijar prevenciones y
medidas pragmáticas para afrontarlo. Europa, en ese sentido, tiene
que volver a ser una esperanza real. Hay que procurar respuestas
eficaces a la ya citada crisis de los refugiados pero también al
robustecimiento de la democracia local y de las nuevas agendas
urbanas antes de que los populismos radicalizados sigan avanzando y
sembrando tanto la preocupación como el escepticismo en amplias
capas de población.
Datos
como el que las dos terceras partes de esa población vive en
ciudades y que es en ellas donde se concentra un registro superior al
70% del Producto Interior Bruto (PIB) per cápita europeo (desarrollo
económico, innovación, conocimiento, talento, creatividad y
diversidad) pero también exclusión social, pobreza, emergencia de
guetos e inseguridad ciudadana, hacen que se deba tener muy presentes
las decisiones de las instituciones europeas pues su incidencia en
consistorios y en las políticas locales en general, en la vida
cotidiana, hacen que la ciudadanía perciba y evalúe sus efectos. La
Europa de las ciudades y la de los ciudadanos tiene que ser una
realidad palpable antes de que se apodere, a imagen y semejanza de la
que se aplica a la ONU, esa frase insoportable: Europa no sirve para
nada.
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