Le han venido a dar la razón al crítico y pensador alemán Walter
Benjamin que, antes de su misteriosa muerte en Portbou (1940), llegó a escribir
que “la libertad de hablar se está perdiendo”.
El novelista
norteamericano James Dashner, autor de la saga The maze runner (en
español algo así como El corredor del laberinto), cuya adaptación
cinematográfica constituyó un señalado éxito comercial, se preguntaba en 2009
“cuál era el punto de siquiera tener una conversación, cuando no se podía
confiar en las palabras”.
Y más
recientemente, la profesora estadounidense, doctora en Sociología por Harvard,
Sherry Turkle, ha publicado un libro, En defensa de la conversación, en
el que analiza la práctica desaparición de la conversación experimentada
durante los últimos años, de modo que peligra lo que nos define como seres
humanos. En la promoción de su obra, se dice que “es una cautivadora apología
del valor fundamental de las conversaciones cara a cara en todos los ámbitos de
nuestra vida y una llamada a recuperar el terreno perdido”.
Entonces, si antes
de la primera mitad del pasado siglo, ya se cuestionaba la libertad de hablar,
después del formidable desarrollo tecnológico de las últimas décadas, no es de
extrañar que la conversación haya dejado de ser un arte -así llegó a ser
estimada- para terminar, sencillamente, desapareciendo. Paradójico que andemos
en la sociedad o la era del conocimiento y uno de los fundamentos para saber,
la conversación o el diálogo, haya reventado en nuestras propias fauces.
Cuando en programas
radiales o televisivos, no se respeta siquiera el turno de palabra, es que una
manera de hablar, respetuosa y asequible, apta para la comprensión y el
entendimiento, ha pasado a peor vida. Con razón la deserción de tantas personas
de esos espacios, que prefieran la música o la lectura, la desconexión, antes
que intentar seguir un batiburrillo a menudo ininteligible.
Seguro que ya no
quedan ni las conversaciones de los novios o de las parejas, esas en la que se
producía un intercambio de revelaciones o de sentimientos, íntimos o no tanto.
Ya no hablan: están conectados, sí; pero no necesitan el cara a cara. La
cultura digital que todo lo puede envuelve la amistad y hasta las relaciones sentimentales.
En el trabajo, en el seno familiar, en todos los ámbitos, se habla poco o ya no
se habla; se depende del muy pragmático factor conexión: tiempo, wifi, avances
y demás. “Las ánimas conectadas”, de las que habló el fótógrafo londinense,
Babycakes Romero, habitantes de una sociedad en las que el teléfono o cualquier
dispositivo de transmisión resultan la excusa perfecta para evitar decir algo o
interactuar con otras personas. Seamos conscientes de las consecuencias: la
conversación es un soporte de lo que nos define como seres humanos. ¿O mejor
decir era?
La bloguera
española María José Rincón dice que necesitamos que nos enseñen destrezas
comunicativas, las cuales se aprenden y se practican. “El hogar y el aula
-precisa- son los contextos apropiados: fallamos en esta tarea con nuestros
hijos o con nuestros alumnos, no podemos exigirles que hablen correctamente o
criticarles que no sean buenos hablantes”. Por eso recomienda enseñarles y
acompañarles “en el difícil arte de la conversación [pues] todos saldremos
ganando”.
Se trata entonces
de recuperar el terreno perdido. Es probable que más de uno diga que no vale la
pena o que ya no hay nada que hacer pero admitamos que son necesarias estas
voces de alarma sobre el déficit de comunicación y de empatía generado en
nuestra era. La enseñanza es que hemos de hablar más los unos con los otros.
Hablar y escucharnos en busca de unos beneficios liquidados. Las charlas han
sido reemplazadas por mensajes o correos electrónicos, abundando de esa forma
en la impersonalización, justo cuando más necesitamos hablar, cara a cara, para
reafirmar nuestra señal identitaria y diferencial: la de los humanos.
Estoy totalmente de acuerdo, se ha terminado la placidez de una buena conversación por una agria discusion. Pero mal ejemplo lo tenemos con los medios de comunicación. Tuve un profesor de declamación en Inglaterra que me decía Jose Maria, escucha a los presentadores de Tv y escucha su pronunciación, hoy eso es imposible en algunas cadenas de Tv donde no saben discutir, ni marcar la pauta de respeto para que sus contrincante pueda tener el beneplácito de explicarse, hoy prevalece, quien, mas grita, gana. Mal ejemplo para nuestros descendientes
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