Un
misil ha sobrevolado Japón porque el presidente norcoreano, Kim
Jong-un, quería satisfacer su capricho. Claro, allí como que no hay
que gobernar, se pueden pemitir esos lujos y hacer alardes de
poderío. “Una amenaza muy grave que no tiene precedentes”, ha
dicho el primer ministro nipón, Shinzo Abe.
En
la otra orilla, acaso demasiado ocupado con los estragos de Harvey
en la cuarta ciudad más poblada
del país, afectada incluso la producción petrolífera, el
presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, replica diciendo que
“todas las opciones [de respuesta] están sobre la mesa”.
No
hay noticias de que se vaya a reunir, con carácter de urgencia, el
Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
¿Total? Para lo que va a servir...
Ustedes
perdonen, pero estas cosas, a finales de agosto, escaman. ¿Está el
mundo al borde de la guerra, de la catástrofe? ¿O se trata de los
juguetes de dos incontrolados que se entretienen? Cualquier pregunta,
ninguna respuesta. ¿Cómo terminará todo esto? Lo ven: nadie dice,
porque acertar, ¿lo hará alguien?
Para
colmo, en algún lado hay que leer que es cuestión de dólares,
acompañados de prebendas económicas y hasta políticas. No se
entiende, no. Hasta que la asfixia, si es la fórmula para operar,
produzca resultados.
China,
Rusia, Corea del Sur, la Unión Europea... aguardan. El mundo aún no
contiene el aliento pero ve pasar proyectiles por encima de cabezas
muy localizadas. Como si hubiera ganas de extremar los riesgos y las
amenazas. Como si no importaran el terrorismo, la desertificación,
la plusmarca del euro, el Brexit, los efectos de Odebrecht, las
desigualdades, el bienestar y los gastos públicos del maquillaje del
presidente Macron, por introducir un elemento de distensión -y menos
relevante, desde luego- en medio de este panorama sombrío,
inquietante y desalentador que dejará el verano de 2017 para títulos
literarios o cinematográficos. La paz vuelve a ser un asunto
recurrente cuando se antoja la acreditación de su fragilidad. Y
siguen sin darle una oportunidad, pobre Lennon. Antes, el otoño era
tópicamente caliente pensando en alguna reivindicación pendiente o
en alguna declaración política que azuzase. Ahora, la inquietud se
enseñorea.
No
es pesimismo del bloguero. Es realismo y deseo a la vez de que los
escenarios se queden en hipótesis. Es imaginar cómo buena parte del
globo saltará por los aires porque no han bastado los estallidos
anteriores ni las aplicaciones de soldadura, algunas con respiración
asistida: rising damp (esto se hunde).
Tanto, que desde cualquier puente el panorama se ennegrece.
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