Es
noticia que la Asamblea Nacional (AN), equivalente al Congreso de los
Diputados, a la cámara donde reside la soberanía popular, se
constituya en la redacción de un periódico, en este caso, la de El
Nacional, uno
de los más destacados de la órbita hispanoamericana por su probada
trayectotria democrática y por su defensa de las libertades.
A
su editor/director, todavía en el exilio, Miguel Henrique Otero,
tuvimos ocasión de entregar, en octubre de 2018, en representación
de la Asociación de la Prensa de Tenerife, el premio 'Taburiente'
de la Fundación Diario
de Avisos. Entonces,
ya no circulaba la edición impresa, consecuencia directa de la
asfixia practicada por el régimen totalitario de Nicolás Maduro,
extensible a otros medios venezolanos. A pesar de todas las
limitaciones, el-nacional.com.ve
aún
resiste y se niega a fenecer, en uno de los actos épicos más
emocionantes de la historia del periodismo.
Parafraseando
uno de los titulares utilizados en aquellas fechas por Henrique
Otero, “el guerrero sigue dando la batalla”, pese a que el
optimismo del que hacía gala con respecto a al futuro del país sus
vaticinios de un periodismo libre de ataduras y circunstancias
condicionantes no se ha cumplido. “Antes de diciembre -decía
entonces- publicaremos el titular: “Venezuela vuelve a la
democracia”.
Lastimosamente
no ha sido así. Al contrario, las cosas se han degradado tanto en el
país hermano que han terminado aburriendo y han dejado de ser
noticia al contrastar el hastío de la población, el colapso de la
institucionalidad, la carencia de planes concretos para tratar de
invertir la situación y la falta de avances ilusionantes para
motivar a los actores sociales y ganar el crédito de la comunidad
internacional. Al contrario, la represión, el miedo, la
desarticulación y la divergencia de las fuerzas opositoras y la
trama de corrupción han ido mermando su propia capacidad, hasta el
punto de haber inoculado el desaliento y la incredulidad a la hora de
imaginar que otra Venezuela es posible. Para colmo, en el escenario
político y económico han aparecido otros actores, como Rusia y
China, que han ido comiendo el terreno de los Estados Unidos que
amagaron... y ahí se quedaron. Sin injerir.
El
caso es que ahora, cuando la AN habría de ser renovada, y Juan
Guaidó, su presidente, el presidente encargado, se predisponía para
la reelección, le hemos visto cómo trataba de acceder al palacio
legislativo saltando las verjas y cómo era empujado literalmente por
la Guardia Nacional y la policía, en unas imágenes delirantes que,
por cierto, no han sido visualizadas adecuadamente en el país, según
nos explicaban ayer mismo desde Caracas -al revés, fuimos nosotros
los que hablamos de tales imágenes a nuestros interlocutores- y son
reflejo, en todo caso, del caos que se vive en Venezuela, del nivel
de su política, de la fractura social y política que llena de
pesimismo y horror su porvenir.
Le
buscaron a Guaidó -se supone que el régimen- una alternativa que
mejor ni mencionarla, un diputado de Primero Justicia (PJ). Con decir
que había sido expedientado en su propio partido por una presunta
corrupción. En unas escenas más propias de opera bufa, y con un
discurso para llorar, el hombre tomó posesión. Pero Guaidó debía
tener plan B y marchó con sus leales a la redacción de El
Nacional, donde
la asamblea legislativa quedó constituida, a ritmo de vodevil.
Pero,
bueno, el viejo guerrero ofició nuevos servicios de lealtad activa a
la democracia y de resistencia a la opresión totalitaria. Cuestión
de seguir siendo un bastión de lucha por la libertad de expresión
de los venezolanos. Y por la restitución de una convivencia
democrática.
No
se van. No nos vamos. Como cantara Drexler. La pugna continúa. Y
como señalara el propio Miguel Henrique Otero, “no tiene fecha de
vencimiento”.
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