“Ya no soy una chica ye-ye”, era
el titular de la entrevista que hicimos en el complejo turístico ‘Costa
Martiánez’ y que apareció en el periódico La Tarde, después de una fugaz visita
al Puerto de la Cruz. Fue en la década de los setenta del pasado siglo. Ha sido
imposible encontrar el recorte entre los innumerables que se acumulan, así que
habrá seguir intentándolo en la hemeroteca del inolvidable vespertino, a ver
qué respondía la actriz al sempiterno aprendiz de periodista.
Lo cierto es que Concha Velasco
–entonces la decíamos Conchita- brillaba y era admirada. Buena parte de culpa
la había tenido también su exitosa aparición en la película “Las chicas de la
Cruz Roja”, cuya canción tarareábamos, sobre todo en las proximidades de las
celebraciones de la festividad de la institución. La comedia había sido
dirigida por Rafael J. Salvia y en el reparto de actores figuraba un tal Tony
Leblanc, a lo largo de su vida artística, muy ligado a Velasco. Hasta seis
títulos más rodaron juntos.
Frente al cine de
copla, mal de amores y quejíos, los títulos que protagonizó la actriz desde
finales de los cincuenta hasta la transición, a las órdenes de Pedro Lazaga,
José Luis Saenz de Heredia, Fernando Palacios o Mariano Ozores, entre otros –y
en las que compartió cartel con los grandes rostros de la época, de Alfredo
Landa a José Luis López, pasando por el gigante Fernando Fernán Gómez– se
ciñeron al género de la comedia ligera y las más de las veces, urbana.
Pedro Vallín ha
escrito en La Vanguardia que “Velasco fue el rostro que asfaltó el país y
condujo utilitarios, la España que dejó de llorar la malquerencia de un gitano
de ojos verdes por caminos carreteros y se puso minifalda. Concha era la Chica ye-yé –canción de Augustó Algueró
que aparecía en Historias de la
televisión (1965) y que se convirtió en la enseña de la actriz– en el país
de María de la O. Lo más parecido que podía permitirse la España polvorienta de
aquel entonces a Katharine Hepburn, icono universal de la mujer emancipada”.
Y luego cuajó la
admiración con el fenómeno televisivo, aún en blanco y negro. Con la llegada de
los setenta y luego, de la democracia, dejó atrás las novias y esposas de las
comedia de costumbres y pasó a aceptar papeles dramáticos, en títulos como No encontré rosas para mi madre (1973), Tormento (1974), La colmena (1982) o Esquilache
(1989), esta a las órdenes de Josefina Molina, que le habría dado uno de
los papeles más importantes de su carrera, el de Teresa de Ávila, en la serie
de TVE Teresa de Jesús (1984).
“Velasco –escribe
Vallín- siempre conservó la actitud de la jovencita dispuesta a comerse el
mundo, la simpatía de una sonrisa imbatible –y unas piernas de locura de las
que gustaba de presumir– que también la convirtieron en predilecta maestra de
ceremonias de la televisión y le proporcionaron exitazos teatrales que marcaron
los años ochenta en España, como Yo me
bajo en la próxima, ¿y usted? (1981), de Adolfo Marsillach, que protagonizó
junto a su amigo Pepe Sacristán y que ambos llevarían al cine en 1992”.
Concha Velasco era
de las actrices que siempre decía algo. Otra faceta suya que acentuó la
admiración que despertaba fue la de presentadora televisiva. Apareció en
numerosas producciones, desde que debutara en TVE Estudio 1, un programa que emitía
obras de teatro, hasta hacerse cargo de Tiempo
al Tiempo, en 2001. Después presentaría Cine
de barrio, en 2011. También ha participado en series de televisión como Gran Hotel, por la que fue varias veces
premiada por su interpretación.
Hoy decimos adiós
a la gran dama de la escena. La chica ye-ye que quería ser artista. Inolvidable.
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