No, cuesta aceptar a Loli paseando por Vegueta. Ella siempre fue deprisa, acaso una cualidad más de aquella arrolladora personalidad que, a primera vista, le podía a todo. Uno siempre se la ha imaginado más activa, más dinámica. Desde aquellos tiempos en los primeros años setenta del pasado siglo, en la antigua facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna, cuando ya en la recta final de sus estudios se movía sin cesar y destacaba en aquellas mágicas reuniones intercursos: despierta, grácil, airosa… Ahí la conocimos y ahí fue donde intercambiamos las primeras impresiones, ampliamente superadas años después, cuando orientó sus pasos hacia la función pública, en el Cabildo Insular de Tenerife, y hacia la política cuando nos tocó lidiar –ambos de la mano del inolvidable Jerónimo Saavedra- los primeros años de la autonomía político-administrativa.
Siempre deprisa. A coger el avión, llegar a tiempo a una reunión a la que asistían ministros, estar desde el principio en un acto social, entregar (ella misma) un escrito o un texto a la fecha y hora convenidas. Loli, siempre Loli: activa, predispuesta, emprendedora, gestora consciente… Las circunstancias quisieron que nos ocupara el quehacer político, ella como consejera de Turismo y Transportes de los primeros gobiernos de Canarias y uno como secretario de Comunicación de la Comisión Ejecutiva Regional (CER) salida del Octavo Congreso de los Socialistas Canarios celebrado en el hotel ‘Mencey’ de la capital tinerfeña. Siempre respeto mutuo y comprensión, sobre todo en una época en la que había tanto por construir. Ella observaba y luego soltaba –a veces, atropelladamente, porque hablando también iba deprisa- las impresiones o la respuesta que sugerían las preguntas o la intervención de cualquier interlocutor.
De aquellos años, en los que también compartimos tareas como primer teniente de alcalde (1983-87) del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, cargo que simultaneamos con el de la CER, recordamos dos hechos: uno, su iniciativa de crear la escuelas itinerantes de idiomas, que se plasmó con la dotación en determinadas localidades de unidades móviles didácticas de notable capacidad –en el Puerto estuvo estacionada durante muchos años en el exterior del cementerio católico de San Carlos- en las que se impartían cursos y enseñanzas de idiomas regladas. Y dos, la tenacidad que imprimió a la construcción del aeropuerto de La Gomera. Todos los obstáculos que se acumulaban, en un tiempo político convulso e incierto como fue la recta final de aquella primera legislatura, iban siendo removidos por aquella pertinaz Loli Palliser que jamás se arredró ni se rindió. La isla colombina tuvo –y tiene- su aeropuerto.
Otras dos circunstancias aptas para ser consignadas en esta breve memoria prologada: Palliser, siendo consejera, acudió a la inauguración de la estación de guaguas de la ciudad turística. Tenía previsto hacerlo, acompañando a Saavedra. Pero una huelga, que se presumía agitada –luego se desarrolló con toda normalidad- descontroló itinerarios, seguridad y horarios. Y el presidente se disculpó. La segunda (contada sin desvelar secretos): en una sesión del Consejo de Gobierno, a la que acudimos accidental y precipitadamente para dar cobertura informativa a una decisión que se iba a adoptar, el presidente dijo a la consejera Palliser que procurara expresar ‘clara y correctamente’ el término transportes pues si no, el consejero de Presidencia, el recordado Manuel Álvarez de la Rosa, la volvería a reprobar.
En el paso de los años posteriores, hubo ocasiones en que coincidimos, cada quien en sus respectivos cometidos. Siempre la misma actitud respetuosa, siempre el mismo afán de colaboración. Siempre haciéndonos a la idea de sus prisas. Y tolerándola. Pues ella sigue corriendo, aunque en el libro presentado ayer en el Parlamento, escrito por José A. Luján (Mercurio Editorial), presidente de los cronistas oficiales de Canarias, y con portada del genial Pepe Dámaso, se hable de diez paseos.
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