En la localidad sureña y en círculos políticos ayer tarde se daba por hecha y en condiciones de ser presentada la moción de censura en el Ayuntamiento de Granadilla contra la alcaldesa, la socialista Jennifer Miranda. La enésima censura en las corporaciones locales canarias, aquejadas de inestabilidad desde que José Carlos Mauricio -andaba entonces por ICAN aglutinando los restos del Partido Comunista y amasando los intereses del empresariado insular- urdió aquella primera en el Cabildo Insular de Gran Canaria para desbancar de la presidencia a otro socialista, Carmelo Artiles Bolaños.
Desde entonces, allí donde Coalición Canaria (CC), aún sabiéndose derrotada pero con posibilidades de picotear -y hacerse con el poder, claro- en el contexto de los resultados minoritarios, buena parte de la institucionalidad canaria vive en la zozobra de la incertidumbre y de los cambios que se creían inverosímiles. Adiós a las ideologías y a sus cada vez más débiles fundamentos. Adiós a los debates y a los criterios sometidos a elementales decisiones democráticas. Aquí lo que importan son los sueldos, ordenar la ejecución de cosas funcionarios u operarios y las fotos en las redes sociales. A esto ha llegado la política local. Lástima.
Que el PSOE se haya convertido en un pim-pam-pum, o si lo prefieren, en el blanco preferido de los censurantes canarios, ya lo sabemos. Pero ese es un problema que solo lo pueden procesar y resolver sus propios órganos, sus propios integrantes. ¿Cómo? Funcionando de otra manera, más participativa, más democrática, renovando métodos y discursos, sabiendo escoger y confeccionar candidatos/as y candidaturas. Y ganando con mayoría, claro. La política local ya no es lo que era: atrás quedan los tiempos del entusiasmo y del voluntarismo, del respeto a las tradiciones familiares y de ser consecuentes con lo que se aprendió y se identificó, con lo que se predicó y se esforzó en la coherencia del comportamiento, sobre todo en el pleno público. Ahora es adentrarse en el sistema, integrarse en él, inhibirse cuando se suscita una disyuntiva ideológica, ir a lo más fácil, cumplir -aunque sea a medias- con lo que dicen los dirigentes -seguro que más de uno hubiera escrito ‘lo que mandan’- ir a los plenos y comisiones y a las procesiones (para poder presumir luego de disciplina). Eso se cura con más formación, la gran olvidada en órganos, programas o cursos, y lo que se conocía por resoluciones congresuales. En el repaso, en el seguimiento y en la praxis manifestada de las maneras más viables.
Hasta los movimientos pre censura han perdido encanto. Será que ya no se practican. O que lo de las perritas ya se concretará, no se preocupen, está seguro. E indemostrable.
Por lo demás, algunas consideraciones colaterales de las más recientes censuras canarias (Teguise, Granadilla) Una: posibilitarán que la ultraderecha gane presencia en gobiernos locales, no importan que renieguen de políticas sectoriales y del costumbrismo ‘democrático’. Dos: el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, llegó a decir que su formación estaba abierto a dialogar y entenderse con todos menos con quienes abjuran de la democracia y van por ahí desmarcándose, ya no tan poquito a poco. En Arona, donde quebró la alianza con la que gobernó la popular Fátima Lemes Reverón para dar paso a otro pacto con otros grupos políticos.
Alguna razón tenía aquel edil portavoz socialista en Granadilla cuando en 2016, si no estamos equivocados, llegó a decir en el pleno cuando Jaime González Cejas perdió la alcaldía por otra censura:
-Tu palabra no vale ni un clavijo.
Que sepan todos que la gente se está cansando de tantos vaivenes. Están golpeando a la línea de flotación de la consecuencia democrática y aunque la censura es una figura legítima y por algo está reglada en el ordenamiento, jugar con ella a conveniencia está produciendo cierto hartazgo.
Que lo sepan...
Cierto Salvador, ya cansan esas mociones por conveniencia. Igual habría que hacer cambios en su regulación.
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