miércoles, 18 de junio de 2025

Recuerdos de Manuel Hermoso Rojas

 

Recién había tomado posesión de su escaño en el Congreso de los Diputados, cuando Manuel Hermoso Rojas, que compatibilizaría este cargo con el de alcalde de Santa Cruz de Tenerife, comparecía en directo en un programa que conducíamos los sábados al mediodía en Radio Nacional de España en Canarias.

-Yo no entiendo que se vaya a unas Cortes a pasar lista-, dijo en un momento de la entrevista, en una referencia crítica a María Dolores Pelayo que ya oficiaba como secretaria primera de la cámara.

-Pero esa es la función que le correspondía, estaba cumpliendo con un cometido-, le espetamos.

Cuando terminó la emisión, Hermoso, con el brazo por encima, en la puerta del estudio, caballeroso, nos dijo:

-Tienes razón. No debí hacer esa afirmación.

A partir de entonces, mantuvimos una buena relación que se acentuó cuando en 1989, el PSOE y las entonces Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC), firmaron una alianza para gobernar las islas bajo la presidencia de Jerónimo Saavedra Acevedo.

A Hermoso le correspondió la vicepresidencia primera, mientras ejercíamos en la Dirección General de Relaciones Informativas. Tuvimos oportunidad de hacer algunas tareas conjuntas, a partir de aquel asesoramiento personal que dispensamos en ocasión de la primera entrevista que le hicieron en Televisión Española en Canarias, un hecho que agradeció con mucha sinceramiento. Aquello duró lo que duró porque no hubo quien sacara de sus rígidas aristas, a Carlos Solchaga, entonces ministro de Economía de Felipe González Márquez, y la controversia del Régimen Económico Fiscal (que ya habitaba entre nosotros, pero menos), y sustanció la ruptura de una entente tras la que se forjó un incipiente nacionalismo, trufado del insularismo que era lo que de verdad latía en la Comunidad. Cada uno de la suya, de su isla y canarios todos, se decía entonces.

Fuimos testigos de la sorpresa que le había preparado José Carlos Mauricio, el viejo león comunista que llegó a sonar para suceder a Santiago Carrillo pero que ya había mostrado sus inclinaciones cuando propició el desbancamiento de Carmelo Artiles en el Cabildo Insular de Gran Canaria y luego apoyó sin reservas la operación censura a Saavedra, pensando “en los supremos intereses de la tierra y del sentimiento”, que luego cuajó en nacionalismo. La sorpresa se consumó el día de su toma de posesión en la capital grancanaria, en el exterior de la nueva sede presidencial, recién estrenada por cierto. Unos cuantos fieles, reclutados por Mauricio, auparon en hombros a Hermoso y le vitorearon a la salida del acto. ¡Quién lo iba a decir!

El nuevo presidente canario iniciaría ahí una nueva fase de su trayectoria política que se prolongaría hasta la siguiente legislatura. Fue una trayectoria desigual, preocupada en las relaciones con Madrid, con la Administración General del Estado (AGE), y con Bruselas, cuya evolución estructural e institucional seguía avanzando y comportaba significativos cambios, especialmente en los ámbitos financieros y luego con el problema desatado de las migraciones irregulares.

Hermoso, si nos permiten el tópico, había sido, en política, cocinero antes que fraile. Dedicó a la alcaldía de Santa Cruz de Tenerife los afanes propios de quienes llegaban a la democracia (en 1979 ganó con la Unión de Centro Democrático, UCD), con ganas de aprender, de abrir caminos y hacer que sus municipios se transformaran. Luego, ya con la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI), sacó réditos (como no podía ser de otra forma) del Carnaval e hizo del municipalismo una bandera respetable, con impulsos a los avances sociales e infraestructurales sustanciados en buena parte en las consignaciones presupuestarias plurianuales de la Comunidad Autónoma.

Se ganó el aprecio y el afecto de los santacruceros. Tuvo en Asunción, su esposa, un sobresaliente pilar de apoyo. Y contó con eficaces colaboradores (uno de ellos, Adán Martín, de algún modo su sucesor natural) que moldearon y proyectaron su obra, la de un político entusiasta, amante de su tierra, que será recordado.


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