Todo da a entender
que con la finalización del contrato que vinculaba a “Costa Martiánez“ (Cosmar)
en la concesión administrativa municipal del complejo turístico del mismo
nombre para la explotación de determinados servicios, nos acercaremos al
término de la experiencia de las cooperativas de trabajadores labrada a
principios de los años ochenta, casi coincidiendo con la recuperación de la
democracia en el ámbito local. Solo dos o tres fórmulas laborales de este tipo
sobreviven en el Puerto de la Cruz. Una lástima, cuando bien gestionada,
hubiera posibilitado empleo estable sobre la base del negocio turístico que, en
este caso, era facilitado sobre la base de instalaciones de titularidad
pública.
Pero los integrantes de las
cooperativas, salvo excepciones, por lo general no tuvieron muy claro que
aquella era su empresa, que el éxito de la misma dependía de su identificación
y de su propia aportación. Dependía de sí mismos, para entendernos. Convertidos
en autónomos o en cierto modo “empresarios”, se necesitaban muchas cualidades
para sobrellevar las obligaciones, principalmente cuando llegaran las vacas
flacas. La alegría de los primeros años, cuando hubo ganancias, les hizo
aventurarse en terrenos o actividades que no eran las suyas. Poco a poco,
fueron acusando los golpes de los fracasos. Paulatinamente, los picos de la
cuadrícula con los rendimientos anuales fueron descendientes. Siempre contaron
con la válvula de seguridad que era el Ayuntamiento pero éste, salvo honrosas
excepciones, se desentendió.
Lo peor de las cooperativas fue la
progresiva pérdida de la profesionalidad. Los recelos y las discordias internas
generaron también obstáculos. Sobre todo, para producir incorporaciones y
alternancias. Se aburrieron algunos dirigentes y otros no desempeñaron el papel
apropiado. No había preocupación para reciclarse, para adaptarse a las
exigencias de los tiempos. El rejuvenecimiento fue otra asignatura pendiente. Faltó
una dirección adecuada, tanto desde el punto de vista técnico como de la
gestión de los recursos humanos. El orgullo de sentirse cooperativista se
desvaneció en la noche de los tiempos. Con la pérdida de tantos valores, no es
de extrañar que hasta no tuvieran conciencia de lo que significaba quedarse
fuera en la explotación de instalaciones turísticas teóricamente llamadas a ser
una joya, una carta de presentación, un espacio físico para enorgullecerse y
para mimarlo con esmero.
Posiblemente, estas ideas sonaran a
chino. Entre una administración poco sensible, casi exclusivamente preocupada
en ingresar el cánon y aprovechar los vínculos para cumplir con compromisos y
demandas en los tiempos de fiestas, convocatorias y congresos, y un colectivo
de trabajadores de visión alicorta que interpretaron ganancias fáciles en un
régimen laboral muy condescendiente, el nudo cooperativista se fue deshaciendo.
Hasta ya casi no serlo o, sencillamente, ser ya parte de la historia.
‘Cosmar’, junto a ‘El Cardón’, una de
las más antiguas, ya con menos de cincuenta trabajadores, encargada de explotar
los servicios de restauración del complejo, toca a su fin. Venía dando tumbos
que, trufados de crisis general, la hacen insostenible. Ni siquiera la
incertidumbre o las incógnitas que genera la gestión privada han frenado su
agonía.
Claro que hay otros aspectos
relacionados con la gestión del complejo turístico “Costa Martiánez”
merecedores de análisis y reflexión (Continuará).
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