Le preguntan a Angels Barceló, conductora de Hora 25 (Cadena SER),en JotDown, si hay algún
miembro del Gobierno que lo está haciendo bien. Responde que ninguno. ¿Y
el que más está patinando?, nueva interrogante. “El propio presidente del
Gobierno”, afirma tajantemente. Y cuando le piden el mayor fallo que tiene, su
contestación no es menos contundente:
“No contarle a la gente la verdad. Tengo la sensación, y lo he dicho mil
veces en antena, de que piensan que somos tontos. Piensan que nos pueden
engañar con los eufemismos, que es lo más típico y lo más tópico. Y no pueden.
La gente es mucho más lista de lo que se piensan. Y es que, a pesar de ellos,
este país sobrevive, se levanta cada día, y lo poco que funciona, funciona.
Tienen un gran desprecio hacia la gente”.
Tomando al pie de la letra las consideraciones de Barceló, primero:
faltar a la verdad; después, tomar a los ciudadanos por tontos, sujetos de
engaño sistemático sin que pase nada; y tercero, que la gente es despreciada,
así, sin más, llegamos a la conclusión de que crítica tan severa y no menos
objetiva es un golpe, junto a otros análisis mediáticos, a la línea de
flotación de la credibilidad del ejecutivo. Barceló es una prestigiosa
profesional; el programa que conduce, con una audiencia millonaria y un probado
mosaico pluralista, una suerte de oráculo; y sus apreciaciones siempre fueron
muy tenidas en cuenta.
Su interpretación de la realidad se puede compartir. El gobierno del
Partido Popular, que flaquea en el ámbito de la comunicación desde el principio
del mandato, aparece presionado hasta la obsesión por hacerse con el control de
la RadioTelevisión pública. Es lo único que le preocupa. Y claro, falla en lo
esencial: aún admitiendo que los políticos mienten, nadie lo hizo antes desde
la esfera gubernamental con tanta reiteración y tan visiblemente. Acaso sea ese
el fundamento del desprecio del que habla Angels Barceló.
Precisamente en tiempos que la ciudadanía reclama verdades, después de
tantos episodios que han alimentado el descrédito de la clase política en
general, las actuaciones gubernamentales se caracterizan por significar
justamente lo contrario de lo que se anunciaba. Pero el caso es que eso no
parece hacer mucha mella si repasamos los resultados de sondeos de opinión. No
es elevado aún el desgaste, aunque sí constante, lo que revela un cierto grado
de resignación en la ciudadanía que ya conoce de mentiras, escándalos,
restricciones por doquier y subida de impuestos. Todo eso, unido a los gestos y
a los errores de comunicación, que son de principiantes, desde luego, debería
haber erosionado al ejecutivo. Hasta se entendería, cubierta la mitad de la legislatura,
pongamos por caso. Pero aquí, al cabo de sólo siete meses, no se tiene esa
impresión. Quizá por ello mismo, el Gobierno sigue confiado o confiando en que
los españoles están asimilando sus controvertidas medidas.
El problema para Rajoy y los suyos es que cada vez son menos los que
consideran serio al Gobierno. Pero es una dificultad atenuada si se la compara
con la que realmente tienen los propios incondicionales del partido
gubernamental, a quienes faltan argumentos para defender las cosas que realiza
y cómo las realiza. El enemigo, por tanto, no es la hemeroteca, que también,
sino la carencia de respuestas sólidas para los incumplimientos y la
inexistencia de alternativas a los recortes y al desmantelamiento.
Dice Barceló que, a pesar de los pesares, a pesar de las reformas
incesantes, este país sigue levantándose cada día “y lo poco que funciona,
funciona”.
Menos mal.
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