¡Qué mal está esto! Una frase recurrente que empleábamos hace
años entre compañeros para condensar el curso negativo de los hechos o
acontecimientos concatenados que agravaban la situación general y la tendencia
a empeorar. Para no perder la esperanza ni la compostura, era acompañada o
respondida con una sonrisa, pero de esas que se esbozan sin ganas y hasta sin
fe.
Con los
montes yendo a negro ceniza entre cabreo, dolor, desespero e impotencia -por
citar lo más cercano-; con una voladura controlada del sistema público de
asistencia sanitaria; con las sombras del rescate ganando proporciones por
horas y días; con un Gobierno endosándole el meneo de los cuatrocientos euros
para los desempleados a su portavoz parlamentario porque ninguno de sus
miembros ha sido capaz de asumir la papeleta y dar una respuesta mínimamente
coherente o esperanzada, más allá de la alusión ‘zapateril’; con la indignación
creciente por esa involución legislativa que se pretende con el aborto; con los
secretarios generales de las centrales sindicales trasladando a Su Majestad ni
más ni menos que la convocatoria de un referéndum; con la política, en fin, más
denostada que nunca, acumulando quienes se dedican a ella las críticas más inmisericordes
-algunas, todo hay que decirlo, absolutamente irracionales-, no hay más remedio
que volver a utilizar la frase del principio: ¡Qué mal está esto!
Por no
aludir a la acción robinjudesca del
alcalde de Marinaleda y diputado andaluz, Sánchez Gordillo, tan simbólica y tan
elevada de categoría por el Gobierno y sus corifeos. Para que quede claro:
ningún cargo institucional puede alentar ni protagonizar vandalismos ni hurtos
como los cometidos en supermercados ni establecimientos privados. Ese ha sido,
sin duda, el error del singular personaje al que el derechío jaleaba no hace
mucho porque restaba votos al socialismo y se le plantaba, ocurrencias aparte, a
la mismísima Junta de Andalucía.
Ha sido la
suya una reivindicación torpe, no medida, no pensada para el día después.
Porque eso es lo que precisamente quiere el Gobierno para desviar la atención
de otros problemas más gruesos y para hacer efectivo, faltaría más, el
principio de autoridad. Y su denuncia simbólica, en pleno agosto, que no debería
haber pasado de mera anécdota, tachada de barbaridad por los suyos y por sus
socios, se ha agigantado porque ciertas imágenes y ciertos comportamientos son
más llamativos que una amnistía fiscal para los defraudadores, por ejemplo, o
un error contable para que más de doscientos mil desempleados perciban una paga
de supervivencia por la ingente cantidad de cuatrocientos euros. De la primera
no hay imágenes de evasores fiscales, ni habrá nombres ni apellidos en
noviembre, cuando expire el plazo de la Ley. Y del error, con el bueno de
Alfonso Alonso -qué papelón- anticipando la “bondad” de la urgencia para
subsanarlo y hacer efectiva la ayuda, sólo cabe decir que los ciudadanos se
están cansando de que los tomen por resignados impotentes.
¡Qué mal
esta esto!
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