Cuando escribimos esta entrada, llueve sobre
la ciudad. Todo el mundo lo agradece, un suponer. Incluso hasta los
propietarios de establecimientos que disponen de un segundo local, que es la
vía pública, que la han ocupado como han querido, sin el más mínimo respeto a
ordenanzas, si es que están vigentes. Nunca antes presentó el Puerto estos
niveles de descontrol y anarquía.
Pero
bueno, no es ese el motivo principal. Hace tanta falta. Y total, igual se las
componen con paraguas y toldos: clientes no van a faltar. Pero, a lo que vamos:
bienvenida lluvia tras tantos meses de sequedad y de atmósfera azotada por
tormentas de arena o polvo en suspensión. Bienvenida: hasta un usuario habitual
de redes sociales decide colgar una foto de cuatro o cinco palmeras próximas en
el espacio que refleja, a tenor de las hojas resecas amontonadas sobre el
tronco y la esfera de la copa, el abandono en su cuidado y mantenimiento. Quizá
lleven años así. Igual después de la foto y del artículo, alguien se apiada y
hace una poda. Sería un punto final a la ausencia de mantenimiento.
Los
árboles y la vegetación son los grandes beneficiados de la lluvia otoñal que no
ha venido ni siquiera acompañada de brisa. Pensamos en esas palmeras de la
foto, en los laureles y en otras especies cuya frondosidad y cuyos ramajes
agradecerán el liquido elemento, siquiera para la limpieza de sus troncos y de
sus hojas, afectados en muchos ejemplares por plagas que lo dejan todo perdido.
Pero
pensamos también en los jardines secos de los hornos de cal de Las Cabezas, una
parte de los cuales presenta un aspecto deprimente, reflejo de la desidia y de
la insensibilidad. No están mejor otras zonas ajardinadas, como las de Playa
Jardín. Y no digamos de ciertos barrios y determinadas urbanizaciones. Hay que tomarse
esto en serio: cuando en su día abogamos por un modelo de ciudad-parque, sabíamos que sólo sería posible con una acción
eficiente y ejemplar de la Administración y en la modalidad escogida para la
gestión de la prestación de los servicios correspondientes. Esa acción debía
trascender a los ciudadanos de modo que colaboraran e hicieran suya la
iniciativa de cuidado y esmero de jardines, parterres, alcorques y espacios
públicos que llamaran la atención y encendieran, en su conjunto, la admiración
de nativos y visitantes.
La
lluvia, tan beneficiosa para el agro portuense, el poco que resiste y subsiste,
lava -nunca mejor dicho- la imagen de esos espacios y mitiga, siquiera
temporalmente -¿hasta que vuelva a llover?-, la sensación de abandono.
Pero
acaso no sea tan beneficiosa con otras realidades. Con el estado del pavimento
de algunas vías, por ejemplo. Por las que uno habitualmente transita, hay
razones para asustarse. Sin exageración. Quisiéramos comprobar si es un
barranquillo o no la calle Cupido, en su fase pendiente antes de llegar a la
Punta de la carretera. Y aunque es más llana, que nadie se apiade de la calle
Doctor Ingrand nos parece una demostración de indolencia reprobable. La mejora
del pavimento del costado norte de la plaza del Charco, en los alrededores de la parada de taxis,
operado para causar buena impresión en las pasadas Fiestas de Julio -el alcalde
se tiene que acordar de cuándo aludía en la oposición a la “ruta de las
procesiones”- es otro apresurado reflejo de que cuando se quiere, porque
interesa, se puede.
En
fin, bienvenida lluvia. Incluso para verificar si cuando diga adiós, incentiva
a los responsables que toman conciencia para los arreglos y para un mínimo plan
de mantenimiento y sostenibilidad.
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