No están teniendo mucha fortuna últimamente algunos
dirigentes y responsables del Partido Popular (PP) con su dialéctica. Cierto
que varios de otras formaciones, en otros tiempos, no se han quedado atrás y
que la laxitud en las coordenadas políticas a la hora de manifestarse se ha
desorbitado, pero de quienes ejercen cometidos públicos e institucionales
siempre cabe esperar sensatez, mesura y respeto, por mucho apremio mediático en busca de titulares gruesos que den idea de
cierta magnitud, tanto para ganar un espacio o una mención como para dimensionar adecuadamente el perfil
de quien pronuncia tamañas “boutades”, esa voz francesa, pretendidamente
ingeniosa, con la que se intenta impresionar pero que luego refleja una
barbaridad. En los tiempos que corren, además, se agradecen cuantas
manifestaciones reflejen valores que han caído en desuso y que no contribuyan
al encono o la crispación que se convierten así en otra fuente de rechazo al
desapego político.
Antes de su
adiós, Esperanza Aguirre, por ejemplo, nos obsequió con aquel “Habría que
matarlos”, dirigido a los arquitectos por algunas de sus creaciones, retirado,
rectificado y disculpado por ella misma cuando comprendió el alcance de tan
penosa afirmación que ni siquiera tuvo ese matiz sarcástico con el que hubiera
atenuado la frase que dio pie, por cierto, a un desagradable y reprobable
cántico en la apertura del curso académico en la Universidad Autónoma de
Madrid.
Dio la vuelta
al país aquel infausto “!Que se jodan!”, dicho por la diputada Andrea Fabra
desde su escaño cuando el presidente Rajoy hablaba de un nuevo modelo
-recortado, por supuesto- en la prestación por desempleo. Fue una expresión
dislocada, no sólo por el lugar donde fue proferida, sino por la concepción que
le merecían a la autora los destinatarios. Ni todo el fragor de una bronca
parlamentaria merece una interjección así.
Cuando
Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno de Madrid, se había quedado en una aparentemente
morigerada “modulación” del derecho de manifestación, surgen el diputado Rafael
Hernando para tildar de “pijo ácrata” a un juez que incluyó en una resolución
una expresión alusiva a la clase política, si acaso sobrante por ser más propia
de foro de debate, tertulia o artículo de opinión; y el ex presidente de los
españoles en el exterior, José Manuel Castelao, que se despacha un
incumplimiento legal de quórum como si de una violación femenina se tratara,
que las mujeres son o están para eso. Tampoco es cuestión de distinguir el
grosor o la gravedad de estas consideraciones -la segunda, por cierto, saldada
con una dimisión- pero que sería positivo contar hasta diez antes de hablar u
optar por el silencio en determinados trances es un hecho que agradecería el
personal en tiempos de tribulaciones.
Y lo
agradecería el conjunto de las formaciones políticas a las que pertenecen los
autores. Eso de justificar luego, como que cada vez se antoja más complicado.
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