Policías locales y operarios de
los servicios municipales efectuaban en la mañana del viernes en los
alrededores de la plaza del Charco y calles adyacentes trabajos preliminares de
señalización, preliminares, queremos pensar, de una tan necesaria como
indispensable regulación de la ocupación de la vía pública. Tales trabajos, a
su vez, deben derivar de los criterios plasmados en una ordenanza cuyos
contenidos se ajustarán, un suponer, no sólo a razonamientos técnicos sino a la
propia realidad física y territorial-urbana en la que será de aplicación.
Habíamos aparcado este asunto
hace meses, pese a la demanda continuada de ciudadanos para los que este asunto
se resume en ‘por el Puerto ya no se
puede ni circular’ o ‘para qué hacen peatonales si luego no puedes
transitarlas’, pues parecía convertido en uno de esos problemas que se
eternizan sin solución y se agravan, porque crecen, y porque aumenta la sombra
de impunidad, de manera que, sin arrojar la toalla, quedó ahí, a la espera de
que alguna iniciativa reflejara una voluntad clara de poner punto final a una
situación cada día más complicada. Todo da a entender que ha alcanzado el grado
de insostenible.
De ahí que si están en marcha
las medidas correctoras, aguardemos con interés los resultados. Son dos hechos
a tener en cuenta: el desplazamiento del ocio y del ramo restauración hacia el
centro de la ciudad y la preservación de pasear y disfrutar en áreas cómodas y
seguras, como un atractivo intrínseco de los encantos de la ciudad.
Tristemente, sobre ellos ha pesado el aprovechamiento, la explotación del suelo
exterior más próximo al establecimiento, de modo que, en algunos casos, se ha
llegado a consumar la disponibilidad de dos locales: el propiamente dicho y el
externo.
Por si algún lector desconoce
la posición fijada en anteriores entregas sobre el particular, la reiteramos:
nada se tiene en contra de la ambientación adecuada de vías peatonales y de
espacios públicos. Eso dinamiza y, salvo algunos problemas de seguridad,
proporciona estampas de vitalidad y animación callejera que siempre son de
agradecer.
Pero tales consideraciones no
equivalen a Jauja. No se puede dejar hacer y dejar pasar para que cada quien
haga lo que le venga en gana. Porque luego, cuando se quiera acometer las
soluciones, más difícil será. De hecho, es lo que probablemente ocurrirá cuando
hay que afrontar algunos casos en los que la desmesura es apreciable. Ha sido
sacar más, poner más, coger más… y como nadie dice nada y no pasa nada, pues a
ver ahora, cuando llegue la cinta métrica, se mida el ancho de la vía y se
tenga en cuenta algo elemental como es la línea de fachada.
De modo que veremos si la
aplicación y el seguimiento correspondiente de la ordenanza vienen a esclarecer
esa especie de jungla urbana que caracteriza algunas zonas de la ciudad. No es
poner trabas: es necesidad de regular. Una cosa es conceder facilidades o
impulsar opciones de negocio y otra muy distinta suscitar la anarquía donde
tiene que haber unos mínimos de orden y concierto.
Veremos hasta donde la
ordenanza es lo suficientemente generosa para homologarla a las aspiraciones o
capacidades de comerciantes y emprendedores que deben pensar también en el
interés general. Y en este sentido, habrá que comprobar si se contribuye a
crear empleo, aunque sea precario; y si el capítulo de ingresos municipales se
incrementa en los márgenes deseables.
Lo que interesa, desde luego,
es acabar con la anarquía y la desproporción en la ocupación de la vía pública,
convertida en eso, en jungla urbana. En varias zonas, tan intrincada con mesas,
sillas, pizarras, postaleros y colgaderas que a duras penas se puede circular y
hasta acceder.
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