Lleno total en el salón de plenos del
Ayuntamiento (Alguien, con sorna, pidió que incrementasen el aire
acondicionado). Ganas de hablar. Y de participar. Ausencias de alcalde y
concejal-delegado de Urbanismo. Técnicos y ejecutivos algo impresionados por el
ambiente que, salvo incidentes de poca monta y algún momento de tensión, discurrió
correctamente. Se echó en falta también a los técnicos municipales, salvo que
no se cuente con ellos o no tengan nada que decir. Gente de toda condición.
Muchos jóvenes. Y también, ‘santelmeros’ de toda la vida. Allí, queriendo
enterarse de qué va a pasar con este rincón identitario del municipio.
Se
diría que algo se mueve en el Puerto. Cuando la población parecía anestesiada y
que había perdido el espíritu crítico y de disconformidad permanente que tanto
la ha caracterizado, algunos asuntos han agitado su sensibilidad. En el
presente mandato, por ejemplo, se movió por la cabalgata de Reyes, harta de
aquel bajísimo nivel que ahuyentó a centenares de familias hacia otras
localidades. Y transformó para bien la cosa. También lo hizo por otro móvil
festero, la jornada de la embarcación de la Virgen del Carmen, reconviniendo el
desmadre en que se había convertido. El gobierno local hizo lo que tenía que
hacer: prevenir, educar y advertir. La fiesta la hace el pueblo pero hay que
saber cultivar el civismo y la sana diversión. De ahí resulta el beneficio
colectivo.
Y
ahora el proyecto de remozamiento del paseo San Telmo, una de las tres arterias
de las zonas turísticas de Tenerife más transitadas, ha logrado que la gente se
movilice y se interese, hasta el punto de llenar el salón de actos del
Ayuntamiento en una calurosísima tarde veraniega, de recoger más de mil firmas que
expresan su desacuerdo (al menos parcial) con algunos de los contenidos y de
presentar más de cuatrocientas alegaciones que, independientemente de su mayor
o menor enjundia, ponen a prueba la capacidad de respuesta de los portuenses.
Para quien ofició de pregonero hace pocas fechas y hacía como tal una apelación
al espíritu participativo de la población, esta respuesta no puede ser más
satisfactoria.
Los
responsables de la actuación proyectada habrán interpretado de inmediato que no
las tienen todas consigo. Más allá del debate sobre el muro y su valor
histórico -la solución de la baranda de alambres de acero para dar sentido a la
filosofía de abrirse al mar no gusta o no convence-, preocupan -hasta el
rechazo en algunos casos- un voladizo donde la vía más se estrecha, la carencia
de una solución técnica para sortear las escalinatas próximas a la plaza de la
ermita (y que obligaría a un recorrido alternativo por la calle La Hoya, hecho
que disgusta, evidentemente) y también la conformación del pavimento y los
precios de los materiales de mobiliario o elementos de vegetación.
Podrá
resultar todo lo difícil que se quiera pero algunas de las apreciaciones
manifestadas tendrán que ser estimadas. Porque hubo intervenciones muy
juiciosas, patentes conocedoras del proyecto, reveladoras del amor por este
rincón del municipio y de la necesidad de acometer estas intervenciones,
incluso desde la objeción, en un clima racional de receptividad entre las
instituciones promotoras y los administrados. Para eso es la participación
ciudadana. Para informarse adecuadamente y anular la indolencia. Y todos los
canales que se abran para impulsarla y mejorarla serán bienvenidos.
Queda
también la duda de la oportunidad, si no hay otras cosas que afrontar en la
ciudad más apremiantes. Y de cuál será el grado de resistencia de los
establecimientos y comercios si las obras se prolongan. Y si el mantenimiento
será al que estamos acostumbrados en la ciudad, o sea, escaso o ninguno.
Pero la iniciativa, que cuenta con ficha
financiera, debe seguir su curso, pasada la temporada estival. Las decisiones
de ahora, de las próximas semanas, serán determinantes para proyectar el San
Telmo de todos. Hay que acercar posiciones.
Porque
ese, despertada la sensibilidad y contrastada la respuesta -ojalá cunda el
ejemplo-, es el objetivo.
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