Muchos ya lo han experimentado en carne propia bien porque
han perdido su puesto de trabajo bien porque su empresa, literalmente, ha
desaparecido. Y eso que unos cuantos se lo montaron luego por su cuenta,
aprovechando su experiencia: no eran precisos grandes recursos para ganar un
medio de vida: bastaba acertar con la dimensión adecuada y forjar una nutrida
cartera de clientes cuya fidelidad estaba garantizada con la prestación de un
buen servicio.
En el mundo
de las agencias de viajes se forjaron excelentes profesionales, favorecidos por
la expansión del sector. Pero aprendieron idiomas y gestionaron empresas y
departamentos con mucha solvencia. Se hicieron a sí mismos y contribuyeron, sin
duda, al crecimiento y la consolidación de firmas importantes en el negocio
turístico. Llegó a vestir mucho, y bien, eso de trabajar en una agencia: era el
turismo visto desde una arista privilegiada. Quien puso interés y ganas, se
superó y progresó, desde luego. Eran personas bien consideradas, respetadas,
bien relacionadas y en las coordenadas de la intermediación turística se
convirtieron en indispensables.
Pero una
compañía consultora de trabajo norteamericana, ‘CareerCast.com’, ha venido a
poner el dedo en la llaga: el de agente de viajes es, en la actualidad, uno de
los ocho puestos de trabajo más inútiles. No es difícil saber las razones: la
preponderancia de Internet y las nuevas tecnologías en los preparativos de
cualquier viaje, de cualquier desplazamiento, vacacional o no. La compañía es
taxativa, en los resultados de su estudio, al afirmar que la agencia de viajes,
en su esquema convencional, terminará desapareciendo del todo, bien es verdad
que su labor solo tendrá sentido “si está especializada en determinados
productos exóticos o inusuales”.
Algunos
empresarios y profesionales ya lo vieron venir y desde principios de siglo se
aplicaron en la innovación tecnológica para no perder la delantera. Era otra
pequeña revolución dentro del sector con evidentes repercusiones: la comisión
cero en la venta de plazas aéreas y el
cobro de gastos o costos de envío, por ejemplo. La cosa ha ido creciendo de
modo tal que el sistema o funcionamiento ‘on line’ se codea con las redes
presenciales o generalistas, cada vez más menguadas y a las que no queda otra
alternativa que adaptarse, esmerándose en innovación y prestaciones
tecnológicas avanzadas.
Es evidente
que el porvenir de la intermediación turística -si se quiere menos humanizada- pasa
por estos retos. Se incorporan al mercado nuevos contingentes de consumidores,
llamémosles nativos digitales, especialmente generaciones jóvenes, que
prefieren operar desde sus casas y terminales. La especialización, la
operabilidad ‘on line’ y el desarrollo de las nuevas tecnologías son los otros
factores para ser competitivos.
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