La pasión, la pasión por
escribir no conoce tiempos verbales. Por lo tanto, la autora de este libro, la
profesora Olga Álvarez de Armas, escogió muy bien su título, si es que la idea
que sustanció fue hurgar en el pasado con ánimo de cribar tanto trabajo y
tantas publicaciones y contrastar, con la perspectiva del tiempo, el ánimo y el
apetito que volcó en cada una de aquellas impresiones y experiencias que plasmó
a poco de producirse.
Igual la descubrió -para cultivarla y conservarla de por vida-
en aquella visita a la oficina donde trabajaba su padre, Luis Álvarez Cruz, que
describe en el prólogo elaborado por ella misma y en la que asimiló, de una
vez, el tecleo de las máquinas de escribir, las enormes bobinas de papel para
la rotativa “y el olor tan especial de la tinta y el plomo fundiéndose…”.
Situemos ahí el origen remoto de la pasión por escribir de
Olga. Como le sucedió, con un relato paterno, al escritor y poeta colombiano
Darío Jaramillo Agudelo, quien se apresura a distinguirla del “oficio de escribir”,
si se entiende oficio, como él mismo dice, “en el sentido de profesión y no en
su acepción de taller o de gnosis solitaria
o aprendizaje eterno”.
Entonces, que el término pasión aparezca muchas veces en las
ciento cincuenta y siete páginas de este libro, revela lo que han sido el
periodismo y la escritura para su autora, algo consustancial que ya se
apreciaba en sus primeros textos publicados. Olga siempre quiso volar alto:
para ella, una entrevista, penetrar en las entrañas de un personaje, de un
científico o de un artista, no podía dejar indiferente al lector. Y por eso
acudía a preguntar sabiendo no solo lo que preguntaba sino la personalidad, la
trayectoria de quien aceptaba el interrogatorio, el libre juego de cuestiones y
respuestas. La periodista escogía muy bien la figura del entrevistado, las más
de las veces sin estar urgida por la actualidad. Salía en su busca como quien
sale segura de obtener un testimonio que va a interesar.
Cuando no, es a partir de alguna experiencia vivencial, de
algún episodio en el que, sin voluntad protagónica alguna, deduce un hecho
reseñable que enriquece el texto hasta proporcionar un valor humanista y
periodístico. Eso también es pasión.
En las trece entrevistas que incluye en Pretérito imperfecto, publicadas en El País y Diario de Avisos, Álvarez,
que hasta hace muy poco ejercía como docente en la Facultad de Ciencias de la
Información de la Universidad de La Laguna, destila la pasión que se precisa
para dialogar con personas tan dispares como María Casares, Montserrat Caballé,
Salvador Espriú, Miquel Barceló o Giorgio Strehler. Por no hablar de escritores
como Juan Carlos Onetti o Carlos Fuentes. Y no digamos de los canarios Antonio
González y González, Domingo Pérez Minik, Francisco Aguilar y Paz, César Manrique
y Francisco Borges Salas que, junto a Ernesto Salcedo Vílchez, desfilan por
estas páginas sin otra solemnidad que la de unas respuestas francas, válidas
para descubrir o abonar su singular personalidad.
De no haber puesto pasión, Olga Álvarez no hubiera accedido al
teatro Reina Victoria, de Madrid, para asistir al estreno de El Adefesio, de Rafael Alberti, cuyo
papel estelar estaba reservado para María Casares, la hija del que fuera
presidente del Gobierno en el momento que comienza la guerra incivil, Santiago
Casares Quiroga. No tenía entrada ni invitación pero la representante teatral
de Alberti ofició para que la dejaran pasar “a gallinero”, desde donde gritó
¡Libertad! y ¡Amnistía! como una más de las que abarrotaba el recinto. Esa
noche cenó a solas con la actriz culminando las emociones de una jornada
inolvidable, apasionante.
Le hace confesar, en plena enfermedad, a Montserrat Caballé,
con toda naturalidad, su régimen alimenticio y le arranca a Juan Carlos Onetti,
en vísperas de recibir el premio Cervantes, todo un alarde de modestia y
humildad que acaso sea un adelanto del que hoy en día luce su paisano, el
presidente de la República Oriental de Uruguay, José Mujica. No tenía chaqué
para recoger el galardón y cuando fue interrogado sobre el contenido de su
intervención dijo que hablaría de la libertad.
Se encontró la autora con un Salvador Espriú muy exigente
consigo mismo, el hombre que jamás leía la prensa y revelaba que él,
sencillamente, era “un honesto aprendiz de escritor”.
Por pasión perseverante, seguro, asistió al ensayo que dirigía
Giorgio Strehler, il maestro, como le
decía todo el mundo. Fascinada por la personalidad del gran director italiano,
se sentó a su lado y escuchó atentamente sus concepciones teatrales: “El teatro
es el espejo de una sociedad. El instrumento con el cual una sociedad dialoga
consigo misma”.
Y fue la pasión desbordante la que le hizo convencerse de que
ella estaba allí, en la cena que ofrecía el inolvidable César Manrique antes de
su primera exposición en Madrid. Acudió Adolfo Suárez, entonces presidente del
Gobierno. El artista lanzaroteño la volvió loca con su insistencia: “Que esto
se sepa en Canarias”.
Con Carlos Fuentes, el escritor mexicano que también ganó el
Cervantes, dialogó en New York y le desveló que en La Laguna había una persona
a la que ella admiraba por su aspecto y por su vestimenta, Anatolio Fuentes,
entre cuyos ancestros estaba el autor de El
ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. “Mi abuelo era Cervantes”, fue
la primera respuesta que Olga Álvarez transcribió de aquella entrevista en la
que el escritor reafirma su compromiso profundo “con la tradición intelectual,
estética, con la exigencia de la forma”.
Es curioso, y en cierto modo paradójico, que la autora haya
titulado esta nueva entrega suya Pretérito
imperfecto cuando en otra época empleó La
memoria fértil para ilustrar una serie de entrevistas entre las que incluyó
la que dedicó al pensador Francisco Aguilar y Paz, discípulo que fuera de don
Fernando de los Ríos. De Ernesto Salcedo Vílchez dice que su ‘auctoritas’
inducía a que le llamara y considerara jefe, ‘el jefe’ de todos los que ha
tenido, sobre todo después de haber compartido aquel homenaje que le tributó el
grupo “Nuestro Arte” y en el curso del cual quien fuera director de El Día, en presencia de autoridades
militares, civiles y eclesiásticas, que así se decía entonces, dijo que quería
corresponder dedicando un tributo al director del periódico El Sol, de Málaga, que esa misma tarde
había sido encarcelado y privado también de su carné profesional.
El elenco de las trece entrevistas incluidas en Pretérito imperfecto se completa con las
visiones que ofrecen otros tres destacados intelectuales canarios: Antonio
González y González, Francisco Borges Salas y Domingo Pérez Minik. Con éste,
con el don Domingo de todos nosotros, hay otro pasaje revelador: “Toda mi vida
es una pasión… Yo he sentido siempre una gran pasión por todo”, respondía a sus
84 años, cuando una entusiasmada Olga le arrancaba las cosas que ella buscaba.
El libro se completa con doce crónicas y artículos que
reflejan el criterio de la autora en determinados momentos. Es el criterio
contrastado en escenarios tan distintos como Milán, París, El Cairo, La Habana
y Buenos Aires; y en las impresiones que condensó de Mario Vargas Llosa,
almorzando en la sin igual playa grancanaria de Las Canteras; del mismísimo
Naguib Mahfuz, otro Nobel de Literatura, rodeado de flores de plástico, tomando
un café turco y contemplando por los ventanales el ritmo, la vida apasionante y
seductora de una plaza cuyo nombre terminaría siendo emblemático, Tharir o
plaza de la Liberación.
Estos textos reflejan la sensibilidad periodística de Olga
Álvarez, metida también a editora por si algo faltaba a su trayectoria. En
Madrid, ansiosa por ver teatro, descubre a Blanca Portillo en La vida es sueño; y vive intensamente Ainadamar, el drama lírico del argentino
Oswaldo Golijov que trata de la relación de amistad habida entre la mítica
actriz Margarita Xirgu y el escritor Federico García Lorca.
Con su hermana Isabel, y su cuñada Laura de los Ríos, hija de
don Fernando de los Ríos, anteriormente citado, hizo de anfitriona cuando en el
teatro Guimerá se estrenó Doña Rosita la
soltera o el lenguaje de las flores, a cargo de la compañía de Nuria Espert
dirigida por Jorge Lavelli. La experiencia fue suplementada cuando Álvarez las
acompañó al debut en Granada, la primera representación después de su
asesinato. Dejamos que descubran ustedes los sentimientos acumulados aquella
noche, vividos no desde el palco sino detrás del escenario. Los describe
brevemente la autora con escritura directa, con precisa descripción de lo
acontecido.
Allí, en lugares privilegiados, propiciados o no, cerca de las
personas cuidadosamente escogidas para llevarlas al papel impreso, en las
mismas entrañas de los espacios que eligió para incursionar y para realizarse,
ha vivido Olga Álvarez su pasión periodística, su trasegar por el mundo de la
comunicación, el universo editorial y las aulas universitarias.
En Pretérito imperfecto queda
la impronta de un trabajo riguroso, hecho con esmero, ameno, alejado de
plúmbeas narraciones, demostrando que, más allá de un tiempo verbal, hay toda
una experiencia profesional, pero también existencial, labrada con
minuciosidad, “sin perder un ápice de la locura que un día apareció en [su]
vida como un gran regalo”, como se encarga de consignar en el prólogo.
Ahora ya sabemos que su tiempo pasado está lleno de
enseñanzas, percepciones y moralejas, plasmadas en estas páginas cuya lectura
atraerá a periodistas y profesionales, pero también a quienes quieren conocer
algo más de cuantos en ellas aparecen y de la autora misma.
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