“La isla te quiere”, fue la frase con la que concluyó Ricardo Melchior
su canto elogioso a Ricardo Tavío mientras le hacía entrega de la bandera de
Tenerife, culminando el acto de nombramiento de Hijo Ilustre, promovido por el
Cabildo Insular. Fue el pasado mes de junio. Tavío había sobrellevado la emoción con la
naturalidad de su comportamiento, antes y durante el acto. O sea, que su
respuesta fue la que podía esperarse. Siempre fue así: espontáneo, ocurrente,
osado, desprendido… Y siempre respetando las formas.
Recordamos lo que escribimos entonces. El salón
estaba lleno. Había gente de pie y en el exterior aguantaron como pudieron
quienes no encontraron acomodo. La concesión del título de Hijo Ilustre había
convocado a decenas de amigos, de excompañeros y de paisanos que siempre vieron
en Ricardo Tavío un espejo de bonhomía y, sobre todo, de compromiso. Porque, en
todo aquello que asumió, desempeñó el papel de llevar a la práctica las
encomiendas que recibía. Lo hizo desde la etapa de estudiante. Y después, en
todos los cometidos, profesionales o no, en los que fue sujeto activo. Lo mejor
fue que todo lo hizo sin afanes de lucimiento, sin mínimas ganas de
protagonismo. Un quehacer silencioso el suyo. Contribuyendo como una pieza más.
Respetuoso con el pluralismo de ideas y de planteamientos. En el deporte, en la
cultura (sobre todo, en la música), en el turismo, en su trayectoria
profesional, en los ámbitos marítimo y empresarial, y hasta en la política,
Tavío brilló por su discreción, por su eficacia silenciosa. Prefirió siempre la
distensión antes que el encono. Arregló no pocas asperezas con ese modo de ser.
Su tocayo presidente, después de recordar el paso por la Corporación insular,
habló de un “inquebrantable amor a la tierra” y de “un ejemplar sentido de la
lealtad y la amistad”.
Meses después de aquel acto nos reencontramos
en otro homenaje al margen de la institucionalidad. Repetimos muchos. Lo
promovió y lo hizo casi todo su buen amigo Eduardo Solís García-Talavera. Al
pie del monte Las Mercedes, cuando declinaban los rigores estivales, recordamos
el desarrollo de aquella convocatoria y tantos otros momentos gratos. El mundo
del turismo, del norte y del sur, de la capital, sus familiares, volvieron a
arroparle. Su mirada seguía siendo la misma, la que sorteaba emociones cuando
seguíamos la proyección del audiovisual que definía los rasgos de una personalidad
y de una trayectoria. Fue nombrando, en
evidente sentido de gratitud, a quienes identificaba. A Juanjo Iglesias,
destacado profesional de la hostelería, lo volvió a llamar maestro. Habló del
norte y del sur turísticos y no en claves de rivalidad, precisamente. Tavío, en
su pormenorizada e improvisada intervención, navegó sobre la memoria de los
presentes y ahí siempre se arranca sonrisas. Si en el Cabildo había recibido la
bandera con gesto emocionado, los besos y los abrazos le llovieron en Las Mercedes
como un ciudadano al que siempre animaron causas nobles. Ni la enfermedad
parecía que podría con él.
Pero ha dicho adiós definitivamente. Estos
afectos postreros fueron la mejor prueba de lo que supo granjearse. Hasta
siempre, Tavío.
Muy ajustadas y bonitas frases. Siempre le recordaremos por ser tan buena persona. DEP.
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