Van publicándose las primeras tablas, los primeros cálculos y
las primeras incidencias de la nueva Ley de Racionalización y Sostenibilidad de
la Administración Local. Y van proliferando las primeras dudas ante tan serias
consecuencias, especialmente las referidas a la reducción de miembros de la
corporación local que tengan dedicación exclusiva o el número exacto de
personal eventual o de confianza que será posible contratar. Han empezado a
hablar entre sí los municipalistas, han empezado a llevarse las manos a la
cabeza y a concluir que, de esa forma, de confirmarse, aquí, en los
ayuntamientos, no hay quien haga política. Lo demás, ya saben, es fácil
deducir: no habrá quien active o gestione proyectos, no habrá quien atienda a
los vecinos en sus demandas más apremiantes, será difícil atender y negociar
con proveedores…
La nueva Ley
fue publicada el penúltimo día del año en el Boletín Oficial del Estado.
Alcaldes y concejales de todas las competencias, de todas las categorías
municipales según el número de habitantes y de todos los colores políticos se
lanzaron sin reserva a desmenuzarla. Solo el cierre del ejercicio o las
aprobaciones presupuestarias, las festividades de estos días y las ocupaciones
derivadas de las mismas han frenado algo esa concentración de energías en torno
al qué se puede hacer.
Poco, la
verdad. Quedaba la tramitación parlamentaria pero la inflexibilidad de la
mayoría popular, convertida de nuevo en rodillo, mantiene sombríos horizontes.
Los grupos de oposición siguen revolviéndose pero las cartas, casi todas, están
jugadas. Algún dirigente del partido gubernamental, como el presidente de la
Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, deja abierta una ventana a la esperanza
pero tampoco hay que hacerse grandes ilusiones. Ha llegado a decir que la Ley
es una barbaridad y que en su comunidad no se va a aplicar. Báilame ese trompo
en la uña si el presidente gallego se mantiene en sus trece…
Los
municipalistas van a saber lo que son ayuntamientos tan limitados y tan
condicionados como fueron los franquistas, dicho sea sin exageración. Se acabó
su condición de administración territorial más próxima, con un elenco
competencial propio. Ahora van a desempeñar el papel de entidades subordinadas
que habrán de ejecutar las competencias que les traspasen las comunidades
autónomas. Y lo que es peor: ese traspaso global de las competencias de menos
de veinte mil habitantes a diputaciones y cabildos significará, en la práctica,
su instrumentalización para hacer concesiones administrativas (privatizar, en economía
del lenguaje) de servicios públicos y sociales, de modo que será necesario
revisar y ajustar tasas y precios públicos que aseguren tanto las subidas
tributarias a las familias como el lucro de empresas y compañías que presten
los servicios.
Por cierto,
será una excelente oportunidad para contrastar nuestra tesis ya publicada, el
mito menos del que hemos hablado: el Tribunal de Cuentas ha publicado un
informe en el que contablemente se demuestra que los servicios prestados por la
iniciativa privada son más caros en los ayuntamientos de menos de veinte mil
habitantes que los prestados por el sector público. Y además, son de menor
calidad.
El asunto
llegará al Tribunal Constitucional pero, hasta entonces, tendrán que hacer las
administraciones locales un severo proceso de reorganización. Y no olvidemos
que en mayo del año próximo habrá de nuevo elecciones locales. Los partidos
políticos, para entonces, deberán saber muy bien qué ofertar con respecto a la
nueva normativa. La vía al Constitucional va a ser utilizada, según las
primeras informaciones publicadas, por comunidades como Andalucía, Asturias,
Canarias, Catalunya, Galicia y Castilla-León.
De plasmarse
esta voluntad, sin perjuicio de otros caminos que pueden emprender los grupos
parlamentarios y los propios ayuntamientos, y a la espera de que haya en la
próxima legislatura una composición distinta que permita modificarla, está
claro que la ejecución de esta reforma, tan ideologizada o más que otras
emprendidas por el Partido Popular, se verá salpicada por una inestabilidad
institucional que, tal como están las cosas, no favorece al conjunto de la
ciudadanía, bastante harta, por cierto, de diatribas entre políticos y enconos
que a nada conducen.
No nos queda
nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escriba su cometario. Sólo se pide respeto