No debe pasar inadvertida la momentánea paralización de la
privatización de la sanidad pública en Madrid por parte de la administración de
justicia. La lucha y la tenacidad social, bien vertebradas, ejemplares para el
resto de sectores, por un lado; y, por otro, la propia cautela judicial que
viene a decir que todo el monte sanitario no es orégano, por mucho volumen de
negocio que entrañe, son factores que han de ser tenidos en cuenta para
intentar reconstruir el Estado del bienestar.
Se ha
escrito bien: momentánea, porque los afanes privatizadores no van a cesar y
seguro que los interesados en ese modelo se van a rearmar para intentar
conquistar las metas que se han propuesto. En los respectivos estados mayores,
pero principalmente en la parte política, ya se estarán estudiando calendarios
a la par que estrategias adecuadas para volver a intentarlo. El mandato se
agota y la proximidad de la nueva convocatoria electoral hará que se lo piensen
mucho. Y no solo pesan los antecedentes: entre las grandes incógnitas de las
nuevas citas con las urnas figura la respuesta de los electores, alertados no
solo con los incumplimientos de los programas de partidos políticos sino con
los engaños masivos para los que habrá tentación de reproducirse a poco que
alguno obtenga mayoría absoluta.
Y la parte
social, esa simbólicamente representada como la Marea Blanca, también gana tiempo. No puede dormirse, tendrá que
mantener encendida la llama para seguir convenciendo y movilizando a quienes
dieron una respuesta admirable, en una contestación que hizo tambalear las
optimistas previsiones de algunos gobernantes que ya se frotaban las manos tras
iniciarse los procedimientos que nunca pensaron iban a ser paralizados. Un notable
revés para sus intereses. Fue una contestación de defensa, en sí misma un
mensaje a la justicia y a quienes se empeñan en un modelo sanitario envuelto en
celofán de negocio: la sanidad no se vende.
Puede que
estemos ante una pugna ideológica: los neoliberales y su persistencia en acabar
con lo público, atacando principalmente aquello que pueda aportar una
rentabilidad, no importa la salud quebrantada o la integridad física de los
humanos; frente a quienes creen que es viable y sostenible un sistema de protección
social que garantice una atención de calidad, universal y gratuita. El éxito
provisional en sede judicial de quienes defienden la sanidad como un servicio
público viene a significar un estímulo, por muchos discursos que desde la otra
parte se hagan de las bondades y de la universalidad de la asistencia.
Probablemente, a muchos usuarios no importará que se incrementen sus impuestos
para esta finalidad antes que verse obligados a abonar un seguro privado que, por lo demás, no es
garantía alguna de que les van a sanar mejor.
La salud, la vida misma, no puede
depender del dinero que se tenga o se invierta en mantenerla.
Parece que los jueces entendieron el
mensaje.
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