Algún día, un suponer, se
conocerá la estrategia del Partido Popular (PP) para afrontar las elecciones
europeas del próximo 25 de mayo. A cuarenta y ocho días de la convocatoria a
las urnas (que el propio PP, sin alharacas eso sí, considera ‘importantísima’),
ni ha dado a conocer su candidato ni tiene discurso y ni una sola medida para
saber cómo quieren que estemos integrados en la Unión Europea (UE). El hecho no
tiene precedentes: será que como le ha ido tan bien desde noviembre de 2011, es
decir, defraudando, incumpliendo y haciendo lo contrario de lo que había
programado, ahora confía en la inercia, en un dejar hacer dejar pasar, para
intentar ganarse al electorado no se sabe con qué y con quiénes.
Es natural que los medios afines secunden esa ignota
estrategia. Son pocos los que aprietan y cuando lo hacen se encuentran con
respuestas de Mariano Rajoy como al llegar a la convocatoria de Málaga: “No
estoy encima de eso”. Y unas pocas fechas, antes en Bruselas, otra respuesta
similar: “Ni lo tenemos [en referencia al candidato] ni se lo puedo desvelar”.
Si lo que pretenden el presidente y los estrategas populares es desmovilizar al
máximo la participación en los comicios, desde luego, se están luciendo.
No es bueno eso ni para Europa ni para la democracia. Con
los vientos de desafección política que soplan, con el abstencionismo que es
fácil barruntar, esa inhibición o ese desentendimiento tan descarnado hacen que
se enciendan alarmas de duda e incertidumbre. ¿Hacia dónde va el PP, qué es lo
que pretende?
Por no haber, ni encuestas. Así discurre la precampaña, sin
chispa, sin gancho. Se imagina uno a los dirigentes populares, huérfanos de
elementos sustantivos en las fechas en que hay que calentar motores e incentivar
a la ciudadanía: no sabrán qué hacer. Acaso lo definió muy bien el presidente
de Extremadura hace pocas semanas: “Tengo ya actos de precampañas programados
para este fin de semana y no sé a quién tengo que apoyar”. Tanta indolencia,
esa carencia tan visible y la falta de respuestas o decisiones mínimamente
convincentes deben haber subido los niveles de desconcierto y de
desmoralización. Con todo eso, y a pesar de los esfuerzos de algunos de sus
dirigentes -especialmente en los telediarios-, el PP ahora mismo es un partido
atónito. Otros, presuntamente sondeados, no han querido saber nada y se han ido
descolgando a medida que aparecían sus nombres como candidatables: Arias
Cañete, González Pons, Jaime Mayor Oreja y la mismísima Alicia Sánchez Camacho
que prefiere estar en el escenario del laberinto catalanista.
Como no han trascendido rumores ni intenciones, es imposible
aventurar nada. Cada partido, cada organización tiene perfecto derecho a
programar su agenda y a manejar los tiempos; pero tanto silencio, rayano en el
hermetismo, y tanto oscurantismo revelan que algo está pasando. Igual los
estrategas y los ‘gurús’ del partido gubernamental consideran que, tal como
está el patio político, lo mejor es eso, no dar señales de inquietud. Como si
las elecciones europeas no fueran con la sociedad, como si no importaran, como
si diera igual un más que presumible retroceso en los resultados.
Pero no es de recibo la situación. Ni para el partido ni
para el electorado. Y aunque estén acostumbrados a resolver aspiraciones y
decisiones de candidaturas al mejor estilo ‘dedocrático’ -muy pocos o nadie
cuestionarán las determinaciones finales-, lo ocurrido en vísperas de estos
comicios en el ámbito del PP es muy poco edificante.
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