Cualquiera que haya sido el resultado de la jornada de
elecciones internas en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -este
comentario ha sido redactado antes de conocerse-, se trata a partir de hoy de
que sus militantes hagan honor al significado y a la trascendencia histórica de
la convocatoria, en el fondo un paso o una prueba de madurez no solo para
revitalizar la organización sino para cualificar la propia democracia española
e intentar superar esos quistes de desafección y repulsión hacia la política
cada vez más extendidos en el cuerpo social.
El
socialismo, en efecto, vuelve a encabezar el avance de la democracia en nuestro
país con estas elecciones a las que seguirán, si la nueva dirección no decide
lo contrario, las denominadas ‘primarias abiertas’ que servirán, con la
participación de simpatizantes, para elegir candidatos a la presidencia del
Gobierno, de las comunidades autónomas y de otras instituciones locales. Sobre
el papel, y a la espera de que se regule definitivamente el procedimiento,
estamos ante un paso valiente y generoso que habrán de seguir, probablemente,
el resto de las organizaciones partidarias de cuyo funcionamiento interno se
esperan avances democratizadores y más transparencia en la toma de decisiones.
Por eso, habrán estado atentas a lo ocurrido en el seno del PSOE.
¿Serán
conscientes los militantes socialistas de lo que representa ese paso? ¿De que
es suya, y exclusivamente suya, esa responsabilidad? Han hecho tabla rasa (al
menos, formalmente, para ciertas decisiones), han decidido libremente y habrán
de continuar con un ejercicio comprometido y consecuente. Ojalá eso haya
servido también de actitud reflexiva, es decir, para darse cuenta de que hay
que enterrar el cainismo y cultivar el compañerismo. A ver si se percatan de que
son reprobables ciertos métodos sectarios y ciertas prácticas excluyentes. Un
partido político -en realidad cualquier organización colectiva- se construye
con la suma de esfuerzos y de aportaciones, con lealtad probada a los
principios ideológicos y a los postulados programáticos. Nada de eso impide la
autocrítica, la pluralidad de criterios y los enfoques diversos pero,
desnaturalizados con los personalismos y las ambiciones individuales o grupales
(más tarde o más temprano terminan aflorando), producen efectos muy nocivos.
Más
autoestima y menos flagelo, que esa es otra. Así como la primera no debe ser
entendida como complacencia o base de frágiles y acomodaticias convicciones,
que esté claro que el látigo esgrimido para castigar a aquéllos con los que se
discrepa o no se simpatiza es el mismo con el que se hace sufrir a una causa o
a una organización que bastante recibe ya de adversarios políticos y medios que
no reparan en gastos para doblegar al socialismo.
Pidamos
prestado a su director, Nicholas Meyer, el título de su célebre película, “El
día después” (ese en el que no suelen reparar) porque de las cosas relatadas, tan llanas pero
tan abundantes en la praxis de la vida orgánica más próxima, es de lo que deben
estar hablando los socialistas tras la histórica cita de ayer para afrontar el
porvenir.
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