Siempre se parte de la
premisa de que cada quien es libre de festejar como quiera. A su manera. A su
estilo. Por el motivo que estime conveniente. Desde marcar un gol a aprobar una
asignatura. Desde el nacimiento de un descendiente a un aniversario… Por tanto,
con ese punto de vista, nada que objetar. Creíamos haberlo vivido todo en eso
de las inauguraciones, un ascensor o un semáforo, que ya es decir…
Pero brindar y dejar el momento para la posteridad
después de la instalación de unos depósitos o filtros que han de servir para
paliar o resolver un problema de abastecimiento de agua que afectó a miles de
personas, parece, sencillamente, inadecuado o fuera de lugar. Y hasta si
apuran, desproporcionado. Ocurrió en el Puerto de la Cruz.
Brindaron con agua. Qué mejor, se habrán dicho. Y al más
puro estilo electorero, como si de un logro social que dimensionar se tratare,
posaron, así, en momento brindis, para la posteridad. O sea, quienes estaban
obligados a encontrar soluciones a un problema de abastecimiento, quienes
dejaban transcurrir los días sin vislumbrar y concretar alternativas, casi
haciendo caso omiso de protestas en redes sociales pero confiados en la
pasividad o indolencia del vecindario afectado, terminaron brindando por la
instalación de los depósitos que vienen, queremos pensar, a garantizar
suministro y calidades.
Han cumplido con su deber. Era su responsabilidad.
Estaban obligados. Y punto. Bueno: infórmese a la población de la actuación
ejecutada y baste. Lo del brindis no es que parezca: es un exceso. Por eso
decimos que cada quien festeja o celebra a su manera. Encima, a presumir de
eficiencia cuando durante semanas se acumularon todos los riesgos del mundo y
todos los quebrantos derivados de un suministro irregular y no apto para el
consumo. La celeridad con que obraron para brindar, por cierto, contrastó con
los silencios prolongados que envolvieron las supuestas intervenciones para
informar de los riesgos que corría la población y de las alternativas a sus
quebrantos.
Por ello, claro, quedan algunas incógnitas que despejar y
que se apuntan sin otro ánimo que contribuir a la solución más completa. La de los nitritos, por ejemplo, cuyo poder
oxidante debe ser siempre controlado. La del coste de la reparación, cuyo
importe, al final, no ha quedado claro quién lo asume, si la Administración
(Ayuntamiento o Cabildo) o la compañía adjudicataria del servicio. La de las
tarifas definitivamente regularizadas y las indemnizaciones para los afectados,
aunque parezca un tanto demagógico. La de si es viable una reparación o
reposición parcial de la red.
Después de tantos trastornos, que los vecinos afectados
sobrellevaron muy bien y pacientemente, pese a tratarse de un elemento básico
en la convivencia cotidiana, habrá que comprobar si existe voluntad política de
analizar a fondo (cada vez queda menos para la caducidad de la concesión
administrativa) la realidad de este servicio municipal con el fin de procurar
la prestación más estable, cualificada y segura. Al cabo de tantos debates, a
ello sí habría que dedicar especial atención. Y si hay una conclusión
satisfactoria, entonces otro brindis.
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