Hay unos datos de la más reciente entrega
del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que han
minimizado el discurso triunfalista y autocomplaciente del Gobierno sobre la
recuperación económica.
Son
los referidos a la percepción que tienen las familias españolas sobre las
expectativas que albergan para el año próximo. Si un 75,4% de la población
encuestada cree que la situación económica será igual o peor que este año que
termina; si el 27,3% estima que será peor que en 2014, y el 48,2% cree que será
igual, es que la gente no termina de creerse que la economía española ha
enderezado el rumbo. Nadie discute las cifras y los porcentajes de la
macroeconomía: otra cosa muy distinta es que se traduzcan en mejoras, en
avances sociales y en la reducción de la brecha de desigualdad.
Se
puede contrastar en el VII Informe sobre exclusión y desarrollo social en
España de la Fundación para el Fomento de Estudios Sociales y de Sociología
Aplicada (Foessa-Caritas), donde se concluye que es indispensable acometer una
nueva agenda de políticas públicas que prioricen a los más excluidos. Claro que
es posible hacer más de lo que se está
haciendo, pero mientras el Gobierno haga oídos sordos a las demandas de la
ciudadanía, a la realidad social y a los desequilibrios que ésta registra,
difícilmente podrá hablar de
recuperación con fiabilidad. Otro dato del CIS lo corrobora: solo el 11.6% de
los españoles encuestados cree que la situación económica del próximo año
mejorará.
Las propuestas de
Foessa-Caritas son, sobre el papel, las que pueden inducir un cambio de
tendencias, en caso de aplicarse. Hablan
de considerar el gasto social como
«inversión social», priorizando aquellos ámbitos que son más
correctores en términos de desigualdad (inversión en sanidad y en
educación, en pensiones y rentas mínimas).
También, de eliminar
la sobrecarga que recae sobre los hogares, tanto por el debilitamiento de
los servicios públicos, como por el impacto de la crisis.
Sugieren implementar
políticas familiares eficaces y con recursos suficientes que
contrarresten, entre otras cosas, el riesgo actual que conlleva la
presencia de menores en el hogar.
Y en concreto,
la puesta en marcha de una política eficaz que evite la transmisión
intergeneracional de la pobreza que es uno de los
peligros latentes en el presente y de especial gravedad para el futuro.
Solo así, con
un crecimiento sostenible y con políticas evaluadas en términos de equidad,
será posible que la sociedad trace unos horizontes más esperanzadores y tenga,
por tanto, una percepción menos preocupante de cómo será su porvenir económico.
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