Sin que se alejen los envolventes vientos
de crisis económica -bien es verdad que el repunte publicitario para fomentar
el consumismo empieza a resultar atronador, en todas las escalas- y sin que
disminuya esa sensación de repulsión hacia la política, el aniversario
constitucional parece haber pasado con más pena que gloria. Una lástima porque
en la Cartamagna debe haber siempre una referencia para reflexionar y estimular
criterios y acercamientos con tal de contrastar sus valores y hasta de hallar
en sus contenidos las respuestas que la tan denostada política puede y debe
aportar para superar las sombras, las incertidumbres, los gritos y susurros de
una democracia amenazada en sus pliegues de participación activa y de
convivencia sensible, motivada y eficiente.
Pero
se ve que van quedando cada vez más lejos convocatorias o actos públicos que
acojan un espíritu de respeto, tolerancia y pluralismo. Si en centros
educativos y en entidades cívicas empieza a predominar la indolencia hacia el
significado de una fecha como el 6 de diciembre, es para preocuparse. Si ésta
se reduce a un ansiado festivo más del calendario, malo. Esa es otra dimensión
de la crisis que conviene tener muy presente, precisamente cuando arrecia la
corrupción que es necesario combatir desde todos los ángulos antes que
resignarse a convivir con la metastásis, creyendo que se puede tratar con
cataplasmas desahogados en consultas demoscópicas. Recordemos que siempre hay
alguien a quien gusta ese caldo de cultivo y llega un momento en que, sumando
de aquí y de allá, termina produciendo efectos sociales muy nocivos.
Las
notables ausencias de representaciones políticas en el acto convocado en la
sede del Congreso son ilustrativas. Que solo hayan acudido cuatro presidentes
de comunidades autónomas (todos del partido gubernamental, por cierto) es
también relevante. En esta formación política coinciden en recelar de la
deslealtad institucional y partidista para afrontar una revisión del texto de
1978, aun cuando admiten la necesidad de hacer ajustes y poner al día el motor
constitucional. Pero no se entiende esa cerrazón entonces si se admiten
desfases y disfunciones ‘motóricas’ y cuando sabido es que las organizaciones políticas incluirán
proposiciones modificativas en sus ofertas programáticas de las elecciones
legislativas del próximo año. De hecho, el secretario general del PSOE, Pedro
Sánchez, tomó la iniciativa en vísperas del aniversario y registró la petición
de iniciar el estudio de la renovación constitucional “para reconstruir muchos
de los consensos rotos en la sociedad española” y pensando que ello propiciaría
la regeneración política, institucional y democrática.
De
momento, no hay ambiente favorable ni se atisba consenso, siquiera para empezar
a debatir. Pero las circunstancias actuales (que tienden a empeorar) no
engañan: si la Constitución vino para quedarse, hay que actualizarla.
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