La remodelación del paseo San Telmo, en el Puerto de la Cruz,
está envuelta en una de esas controversias de muy incierto final que, en todo
caso, parece abonado a la insatisfacción. Las prisas en acabar las obras
alimentan esa sensación, impregnada de una percepción ciudadana convergente: no
era el proyecto más perentorio para el municipio. Al cabo, ha servido para
aumentar la sensibilización de los portuenses hacia lo que es suyo, hacia su
patrimonio urbano más querido y valorado, pero también para contrastar su
rechazo y su división que se pudo haber mitigado, por cierto, con respuestas de
las administraciones implicadas más receptivas a sus demandas y propensiones.
Con todo lo sucedido, el desgaste para los gobiernos local e insular es
evidente. Y puede que, de aquí a la certificación final, haya más cosas para
acentuar la polémica.
Ahora se
debate sobre los daños causados -seguro que involuntariamente- en la empalizada
o estacada del entorno de la pequeña ermita, declarado como Bien de Interés Cultural (BIC) desde el año
2000. Teniendo en cuenta tan solo esta consideración, sabiendo que un BIC debe
ser tratado con el máximo celo no sea que se causen desperfectos irreparables,
se requieren explicaciones convincentes, especialmente para saber si lo que
queda de ejecución comporta riesgos similares así como el alcance de una
posible reposición.
Pero antes
de tales daños hubo otro hecho que engrosa la controversia que suscita esta
actuación: la rampa de accesibilidad para discapacitados y personas con
problemas de movilidad. Estuvimos presentes en la primera reunión pública de la
exposición del proyecto, donde afloraron las dudas y las discrepancias sobre la
viabilidad de la ejecución. Se advertía que, dado el desnivel, era difícil
encontrar una solución; pero que, en todo caso, había que lograrla aun cuando
se procediera a una modificación de lo proyectado, incluso desde el punto de
vista económico. Si no, de poco serviría la planificación pues se incumpliría
con una de las finalidades principales: transitar y circular sin obstáculos,
sin tener que desviarse por la vía alternativa de La Hoya. La plataforma Maresía abanderó la iniciativa, en
muchas de las alegaciones ciudadanas presentadas se incidía en la misma y hasta
el propio Ayuntamiento se sumó a la demanda. Pero la construcción de esa rampa,
independientemente de los informes técnicos necesarios (que, al parecer, eran
favorables), retrasaría los trabajos, lo que generaría, imaginen, esas consecuencias
tan indeseadas por los promotores: recursos presupuestarios agotables, malestar
in crescendo de vecinos y
comerciantes de la zona, impopularidad
para los responsables políticos…
Total, que
la actuación, sin rampa, quedará insatisfactoria e incompleta (¡cielos! ¿más
recursos, más obras dentro de poco?) y la controversia, lejos de apagarse,
seguirá latente, abonando la disparidad de impresiones y pareceres sobre el
tratamiento y acabado final. Estaba escrito…
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