Como si no hubiera bastado la destrucción del muro –hay que
agradecer a quienes rescataron y publicitaron fotos del siglo XIX para
acreditar su valor histórico- y de otros elementos del paseo San Telmo, la
controversia sobre la ejecución de este proyecto se reaviva con la denuncia de
los daños causados en la empalizada o estacada que delimita el recinto de la
ermita, catalogada como monumento en la declaración de Bien de Interés Cultural
(BIC), aprobada hace ahora quince años.
La plataforma ciudadana Maresía,
que ha mantenido encendida la llama de esta lucha en defensa del patrimonio
local, es la denunciante. Considera los hechos lo suficientemente graves como
para volver a solicitar la paralización de las obras en ese entorno BIC y a
exigir responsabilidades tanto a las administraciones implicadas como a la
empresa que las ejecuta.
Alguien tendrá que dar explicaciones, desde luego. Si, en el
mejor de los casos, lo ocurrido es consecuencia de los propios trabajos y del
estado de los materiales con que fue edificada la empalizada, habrá que
aguardar informes de la supervisión técnica tanto para preservar como para
establecer las alternativas correspondientes en orden a su reposición. Había
que estar más atentos, desde luego, con los antecedentes que han concurrido en
esta polémica remodelación. Un BIC es algo muy serio: algunos fuimos
advertidos, en su día, de la responsabilidad patrimonial en que se incurría,
caso de no actuar con arreglo a la legalidad. La historia, el patrimonio y el
pueblo portuense se merecen una explicación pormenorizada y convincente.
Y hablando de legalidad, recordemos que aún se está a la espera
de resoluciones judiciales, en concreto, del contencioso-administrativo
entablado por Maresía para intentar
que se respetaran los valores del muro de protección del paseo,
independientemente de las alegaciones trasladadas al Cabildo Insular con otras
consideraciones sobre el alcance de la ejecución, a la que no se oponían, por
cierto, desde el punto de vista de mejoramiento y sobre la que pretendían la
conservación del sello de César Manrique en algunos elementos del estado
anterior.
A la espera de que lleguen las explicaciones, habrá que aguardar
el resultado final de las obras para contrastar la actuación en todo el paseo
que ya luce desde todos los ángulos de contemplación. Igual se prolonga el
debate, al menos durante un tiempo. Servirá de poco, desde luego. Pero la
sensación de que se ha lesionado una parte tan apreciada del patrimonio urbano
será inevitable. Como coincidente es la opinión de que esa obra en el municipio
no era tan apremiante.
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