Menos de veinticuatro horas
tardó Univisión, la cadena de televisión hispana con sede en Miami (USA), en
destituir al presentador de origen venezolano Rodner Figueroa, reputado
profesional, ganador de un premio Emy en 2014, tras haber llamado ‘simia’ a
Michelle Obama y proferir otros comentarios racistas en el curso de una
transmisión en directo, absolutamente inaceptables para la emisora que los
consideró “reprobables y de ninguna forma reflejan los valores u opiniones de
Univisión”.
Independientemente de que alguien recurra a la doble moral de
los norteamericanos, aplicada a tantos órdenes, lo cierto es que la medida
sirve para comparar los cánones y la conceptuación de irrespeto a terceros que
se emplean, sin ir más lejos, en nuestro país, donde a menudo, en medios
audiovisuales, hay que escuchar a locutores y presentadores términos
descalificatorios, de mal gusto y de vilipendio, cuando no expresiones
intolerantes que son insultos en sí mismas. El fenómeno se ha extendido entre
algunos canales locales donde los autores, naturalmente, se benefician de la
ausencia de los aludidos y de la impunidad con la que obran, creídos por
supuesto de que todo el monte es apto para el orégano de la insolencia.
No es que haya sido la primera dama de los Estados Unidos la
directamente afectada y eso haya representado, ipso facto, una decisión
drástica. “Por ser vos quien sois”, vaya. Cualquier persona merece un respeto,
máxime si es en público y en un medio de comunicación. El racismo es cada vez
más condenado: organizaciones internacionales no gubernamentales, culturales y
deportivas, están invirtiendo en campañas de comunicación que son en sí mismas
un mensaje contra la discriminación y exclusión social y a la vez una apelación
a la igualdad.
Los defensores de la libertad de expresión no tienen por qué
rasgarse las vestiduras. Hay límites, los que están consagrados en las
constituciones de los sistemas democráticos. Suele ocurrir que esos defensores
son los primeros en hacerse las víctimas cuando se entablan contenciosos en su
contra o los afectados promueven una demanda de protección al honor o se abren
expedientes sancionadores que traen causa de infundios o expresiones que
comúnmente son barbaridades y no gustan. Esa es otra doble moral: la de los
deslenguados, la de los incontinentes verbales.
La
medida de Univisión, en ese sentido, es ejemplar. Viendo y escuchando lo que se
estila por aquí seguro que, de ser aplicada, resultaría aplaudida.
Y lo
sentimos por Figueroa que, todo sea dicho, se apresuró a publicar una carta
abierta de disculpas.
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