El destino también reserva a
la política ironías y paradojas. El tiempo las certifica. Se suele poner como ejemplo de ellas a Manuel
Fraga Iribarne, inevitable referencia de la derecha política española, ponente
de la vigente Constitución que se opuso tajantemente al título octavo de la
misma para años más tarde convertirse en presidente de la Comunidad Autónoma de
Galicia.
Lo ocurrido con el cierre del Dinámico, el popular
establecimiento de la plaza del Charco, sirve también para apreciar tales
contrasentidos. Al menos, desde el punto de vista de la solución provisional
que el consistorio ha encontrado: restituir su explotación a la empresa pública
Pamarsa que, si no estamos equivocados, por mor de normativas aplicables,
estaba -y está- llamada a su desaparición.
Y ahí es donde empiezan las curiosidades. La tan criticada
Pamarsa, la tan denostada empresa, la única apuesta de iniciativa municipal
para activar el débil sector público local, la casi permanente receptora de
ataques infundados de empresarios locales a propósito de su función social, el
apetecido objeto de privatización… surge ahora como panacea para salvar lo único
importante que resta: los trabajadores, abandonados a su suerte, en otro acto
de irrespeto e irresponsabilidad.
O sea, no servía Pamarsa, se la quitaron de encima;
materializaron, fraccionándola, concesiones administrativas… El Ayuntamiento ha
pasado de deudor a percibir ingresos periódicos, dijo alguien para lanzar el
mensaje autocomplaciente de que habían dado con la tecla de la solución. Nada
más lejos de la realidad: lo privado no es sinónimo de garantía de buen
funcionamiento ni de solidez de un sistema productivo. Se ha vuelto a
comprobar, de modo que tanto queda en entredicho la capacidad de buenos
gestores como luce el fracaso de una política de privatizaciones que han
mermado considerablemente el patrimonio y los recursos de los portuenses.
Cuesta creerse, por ejemplo, que el concesionario no haya
abonado canon durante el período de explotación. Nos resulta insólito,
inaudito, por muchas operaciones de compensación -si es que las hubo- que se
urdieran para ir timoneando. En todo caso, precisaban de una explicación
detallada por el gobierno local que, al no ser ofrecida, solo ha alimentado el
oscurantismo y ha complicado la propia marcha de la concesión. Hay que saber
cuánto ha dejado de percibir el Ayuntamiento: si alcanza los doscientos cincuenta
mil euros -como se dice en algunos círculos-
es para abonar la tesis del desastre que parece caracterizar esta concesión. Y
es para preocuparse, desde luego, con la carencia de un órgano de seguimiento y
de examen periódico del pliego de condiciones y del contrato, bases jurídicas
de la decisión que, en su día, tras la conclusión de la anterior concesión,
adoptó el gobierno local.
Así que la denostada Pamarsa sale al rescate del Dinámico y
de los restos del naufragio. La oposición municipal ha hecho bien en pedir
responsabilidades. Puede que éste haya sido un problema de coordinación entre
la alcaldía y la concejalía delegada, una especie de querer ambas partes buscar
zonas del campo donde no se vieran afectadas, donde no recibieran juego ni
balones complicados para no verse envueltos en trances delicados y a ver si
escapamos. Ya ven que no ha sido así. Ahora, después de rechazar una comisión
de investigación y de análisis -que sigue siendo, por lo que se ve, muy
necesaria-, van a remolque, casi improvisando, con urgencias y con soluciones
apremiadas para problemas sobrevenidos.
Como el de los trabajadores, por ejemplo, que no fueron al
pleno y cuya voz de protesta o de rechazo o de petición de información no se ha
escuchado. O el de la estampa patética de un recinto cerrado, a oscuras en
pleno centro de la ciudad en una de las épocas álgidas del año, turísticamente
hablando, reflejo de la decadencia.
Mientras tanto, y seguros de que habrá más cosas en torno a
esta crisis, resurge Pamarsa, pese a su incierto futuro. Solución recurrente y
transitoria. Ironías de la política. Y del destino.
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