En cierta ocasión, en el curso de un
espacio televisivo local, el periodista conductor del programa criticaba que
algunos alcaldes del PSOE, temerosos del voto de castigo que podía intuirse,
afrontaban la precampaña y sus acciones de promoción suprimiendo los logotipos
y hasta los mensajes o eslóganes del partido. Refutamos que, en absoluto, eso
obedeciera a una acción premeditada y coordinada, aunque era comprensible que
algunos alcaldes que iban a la reelección por tercera o cuarta vez tratasen de
aprovechar al máximo su tirón personal, su popularidad y su marca individual,
en definitiva. Añadíamos que, en todo caso, había ciertas fisuras de
insolidaridad y de egoísmo en esa libre determinación para defender intereses
políticos. No era el estilo del PSOE en campañas electorales, caracterizadas
siempre por la unidad de imagen.
Eran
los tiempos de la crisis que había estallado y de la que hicieron culpable,
sorprendentemente, injustamente, a José Luis Rodríguez Zapatero. Para ahondar
en ese mensaje de culpabilidad, hicieron ver que los candidatos iban por libre,
se desmarcaban, de modo que ponían en evidencia la quiebra y la fragilidad de
las aspiraciones socialistas. No era difícil que el mensaje calara.
Ahora
se repite la historia, solo que con algunas candidaturas del Partido Popular
como protagonistas y seguidores de la iniciativa. Hasta dónde habrá llegado la
tentación que el mismísimo Mariano Rajoy reivindicó las siglas y apeló al valor
de la marca para arengar a los cargos de un órgano que no se reunía desde hace
dos años y que fueron llamados para recibir inyecciones de moralina tras el
grave retroceso de las elecciones en Andalucía. Todo por el PP, todo con el PP.
Todo… o ya saben lo que les espera.
Otro
asunto de cartelería, anuncios y fachada, aunque sea volviendo a la etapa de
Rodríguez Zapatero. Entre las medidas de choque para afrontar y paliar la
crisis, el ejecutivo ideó el denominado Plan ‘E’ con el propósito de fomentar
la inversión pública, ayudar a las empresas e impedir el colapso
económico-financiero de los ayuntamientos. Estaba suficientemente dotado y,
desde luego, salvó la gestión de muchos
consistorios. La instalación de unos carteles explicativos en el exterior de
las actuaciones, orientados al conocimiento de la ciudadanía, fue notablemente
criticada. Se admite que, en unos cuantos casos, podían parecer excesivos o
altisonantes -por tamaño o dimensiones- al no corresponderse con el carácter de
la obra. Pero era una forma de identificar la magnitud o el alcance del Plan.
Hasta
ahora no se han escuchado ni leído críticas similares con la colocación de
carteles por parte del Cabildo Insular y las instituciones locales que han
elaborado planes para el tratamiento y mejora de núcleos turísticos,
esgrimiendo acciones favorables a la creación de empleo. Algunos lucen ya en
zonas céntricas, no importa que taponen zonas ajardinadas o monumentales.
Porque sus dimensiones también son generosas. Los han instalado en vísperas
electorales y ahí permanecerán meses, quién sabe si años, a la espera de que
las obras proyectadas se ejecuten y puedan ser inauguradas.
Pero,
bueno, tampoco hay que extrañarse demasiado: la democracia es permeable a todas
estas cosas. Y a las diferentes varas de medir, también.
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