Alguien del PSOE
debería explicar, de forma convincente, el por qué de acudir a la Fiscalía
General del Estado antes de que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz,
compareciese en sede parlamentaria para
dar cuenta de la insólita reunión que mantuvo con Rodrigo Rato en la sede del
ministerio. Consistió en presentar una denuncia contra el ministro por la
presumible comisión de tres delitos: prevaricación, omisión del deber de
perseguir delitos y revelación de secretos. Cierto que el presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, en otro de sus insólitos anticipos, había dicho antes que
no se esperara nada de la intervención del ministro; pero, salvo estrategia
envolvente del propio presidente ya en marcha, ello no empece de una acción más
sosegada y, sobre todo, más sólida y consistente, a partir de las razones
esgrimidas, una vez escogida la vía judicial para complementar la política e
intentar esclarecer otro inaudito episodio de la legislatura que se agota. Las
posturas se resumen en denunciar y despachar antes de hablar, antes de conocer
un testimonio. Vivir para ver. E Interpretar.
Pero, bueno, a la espera de evaluar el
alcance del paso dado, si precipitado o soporte de una pretendida involucración
que aumentase el descrédito del jefe del ejecutivo, le ha costado mucho a
Fernández Díaz y a su partido justificar la reunión con el ex vicepresidente,
ex director-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y ex presidente de
Bankia, investigado policial y judicialmente como presunto autor de cinco
delitos fiscales y otro de blanqueo de capitales. Desde que el hecho trascendió
a los medios de comunicación, es como si se hubiera sucedido una cadena de
errores, hasta el punto de concluir -aunque sea lo fácil- que la entrevista
nunca tenía que haberse producido.
Puede que el ministro estuviese guiado
por la buena fe, por principios de amistad solidaria y hasta por respeto al
rango que en el pasado ostentara Rodrigo Rato, pero, por mucha comprensión
mediática que pudiese encontrar, la imprudencia o la negligencia, unidas a la
infortunada gestión de los elementos intrínsecos, iban a tener unas
consecuencias ciertamente negativas. Tiene razón el ministro: estos asuntos relacionados
con la seguridad personal son suficientemente delicados como para exigir la
máxima cautela y la máxima reserva. Pero, por tal razón, hay que andarse con el
máximo tino y ponerse en el día después, es decir, medir los efectos de la
reunión, especialmente por las formas y hechos que siguieron. Ni el comunicado
inicial del ministerio; ni la primera versión de su titular negando que se
tratara sobre “la situación procesal”; ni la contradicción del propio imputado
al desvelar que hablaron “de todo lo que me está pasando”; ni la aparición en
escena de la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC), alegando que no
hay constancia de denuncias presentadas por Rato sobre amenazas a su integridad
física; ni que se haya sabido que éste carece de cuenta personal en la red
social Twitter (supuestamente, donde se acumularon las amenazas) son bazas a
favor del ministro Fernández Díaz cuya dimisión fue la inevitable petición
unánime de los portavoces parlamentarios que intervinieron en la comisión.
Curiosamente, en el marco de los
errores concatenados, la iniciativa judicial promovida por los socialistas
parece ser la última carta que queda al ministro. En el debate político parece
derrotado y si no renuncia, podemos hacernos una idea de su negativa. Pero igual
en los vericuetos judiciales halla algún subterfugio. Por eso, que alguien del
PSOE explique el alcance de esa denuncia antes de comisión.
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