Las fotos del niño
sirio Aylan Kurdi, yacente sin vida sobre la playa, o en brazos de un policía
turco, obra de Nilufer Demir, ponen de relieve el valor del fotoperiodismo. Han
picado las conciencias de gobernantes, dirigentes e instituciones como han
agitado ese debate, nunca cerrado del todo, sobre la ética de su publicación.
La controversia está servida tanto para significar el horror, el dolor, la
tragedia, la impotencia y la incapacidad como para reflexionar en torno al
alcance de una difusión mediática.
Nos ocupamos aquí de esta segunda
vertiente, no sin dejar de evocar un antecedente similar que seguimos muy de
cerca, hace ya treinta y un años, cuando la dirección del diario El Día decidió
publicar fotos de cuerpos calcinados tras el terrible incendio de La Gomera,
generando un contencioso con la Delegación del Gobierno.
Los
medios y los profesionales han discrepado cuando se enfrentaron al dilema. Unos
publicaron, conscientes del impacto del documento: grande, en primera, a toda
página o media, y destacada. Otros prefirieron no hacerlo: habrán entendido que
era sacar a paseo a la muerte y sus circunstancias. Y encima, un niño, una
víctima inocente, que murió ahogada mientras le buscaban una orilla salvadora.
Quienes decidieron publicar, ofrecieron
explicaciones, el mismo día o en el debate posterior. No lo dicen pero siempre
quedará la sombra del morbo. “La foto de este niño no es una ilustración, no
debe serlo”, escribió Juan Cruz Ruiz (El
País) después de advertir que, en el caso de los periodistas, “cada uno
aplica su modo de ver”. Este periódico decidió no publicar, explicando su
postura en dos palabras: extrema crudeza.
Hubo división de opiniones en Abc, hasta que se decidió insertar en la
página dos pues podía herir la sensibilidad de los lectores, después de razonar
que “es imposible no ver en la foto el drama a de un mundo desigual cuya
realidad y crudeza estamos obligados moralmente a denunciar los periodistas”.
Albert
Lladó (La Vanguardia) recogió el
testimonio del antropólogo visual e investigador de la Universitat de
Barcelona, Roger Canals, quien se muestra claramente partidario de mostrar
gráficas como las del niño sirio: “Son una evidencia -señala- de las
consecuencias humanas de una tragedia devastadora que está ocurriendo a día de
hoy. Una vez la foto tomada, no veo motivos para censurarla”. Claro que el
propio Canals matiza: “El problema no es tanto la publicación de esta imagen
como su sobreexposición, es decir, su difusión descontrolada y obsesiva. Allí
empieza a jugar una suerte de fascinación malsana con la representación del
horror. Hay que saber dejar a los muertos en paz”.
Del
extranjero llegaron también un par de testimonios proclives a la publicación.
El director del italiano La Stampa,
Mario Calabresi, reveló que su criterio era no insertar fotos de niños muertos
en portadas de diarios pero ahora cambió radicalmente: “Por primera vez, he
pensado que esconder esa imagen significaba mirar hacia otro lado, disimular
como si nunca hubiese ocurrido, y tomarnos el pelo para garantizarnos otro día
de tranquila ignorancia”. Por su parte, el periódico británico The Independent sostuvo, a la hora de
publicar, que “si estas extraordinariamente poderosas imágenes de un niño sirio
varado en una playa no cambian la actitud de Europa hacia los refugiados, ¿qué
lo hará?”.
Los
principales diarios franceses, por el contrario, eludieron las fotos en sus
primeras ediciones. La misma actitud mantuvo el italiano La Reppublica. New York Times
y USA Today, en Estados Unidos,
obraron igual. Entre los medios ‘on line’ más populares, Vox Media, se escudó en “el
cierto aspecto viral” de la foto para no publicarla, y por temor también a que
se haya convertido en una imagen que “implique no tanta compasión como
voyeurismo”.
Como
puede comprobarse, diversidad de opiniones y puntos de vista, con mucha razón a
la hora de argumentar los pros y los contras. Actuar conforme a códigos éticos
y de conducta es lo consecuente. En cualquier caso, destaquemos el valor del
fotoperiodismo. Como con tantos otros acontecimientos y sucesos, hay una imagen
concreta, la que se fija en la memoria no solo para identificarlos sino para
superar los convencionalismos que los envuelven. Es la que queda.
La apatía, la anestesia social hacia los refugiados, generó en desgracia. Claro que se comentó que habría que ayudar, en origen, a los países con extrema necesidad de supervivencia. De persecución, u hostigamiento político.
ResponderEliminarPero miraron para otro lado. No en vano, recordando como una foto fija, los abusos cometidos en épocas coloniales.
Pensaron que eran, bueno: Los africanos. Despreciados por toda Europa después del expolio acontecido tiempo atrás.
Puede que al ayudarles se encontraran, de bruces, con las denuncias tan temidas; al reclamar la devolución, en moneda, o en ayudas varias; por el acopio de riqueza desmembrada y arrancadas de las entrañas de la África, esclavizada, indefensa e ignorante, de entonces.
Cierto no apostaron por la ayuda inmediata y se encontraron con la invasión desmedida por el hambre, persecución o supervivencia. Un fuerte abrazo. Antonio Pastor Abreu.