Se ha cumplido una semana del
incontestable resultado electoral en los comicios legislativos de Venezuela.
Apabullante triunfo de la oposición y doliente derrota del régimen, como se
prefiera. A lo peor es un poco drástico, pero las revoluciones también mueren.
Lo cierto es que una nueva era se inicia en el país hermano, donde, en
cualquier caso, hay unas cuantas incógnitas que despejar hasta contrastar que
funciona el Estado de derecho y superar las incertidumbres tanto coyunturales
como estructurales. No será fácil, en medio de un clima de crisis económica y
de valores.
Tampoco es tiempo para chanzas (“El peor error de Chávez fue
designar sucesor a Maduro”, circulaba en una red social en la misma madrugada
electoral) cuando la inseguridad ciudadana alcanza niveles inimaginables, la
inflación sigue disparada, el precio del petróleo continúa en caída libre, el
aislamiento geopolítico es un hecho evidente y el desabastecimiento o las
ásperas dificultades para acceder a los productos básicos ocasionan auténticos
estragos en la sociedad venezolana (“Un pueblo con hambre no va a votar”, dijo,
por cierto, un dirigente revolucionario para explicar la debacle).
En tanto se suceden reacciones inquietantes y despechadas de
los gobernantes derrotados, lo más importante es que los principales
responsables de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) timoneen la situación de
modo que los cambios sociales, económicos y políticos que han de operarse sean
viables, respetables y garanticen una convivencia plural y pacífica. La
heterogeneidad de esa Mesa, que agrupa a cuarenta y dos formaciones políticas,
es una complicación misma pero ya que ha nadado contra viento y marea, en un
titánico esfuerzo, debe ser consciente ahora de que no es cuestión de morir en
la orilla de la división, de los revanchismos y de los apetitos políticos
desordenados.
Debe entender que Venezuela es un país dividido, con una
clamorosa fractura social. Por tanto, la MUD debe administrar sus réditos
electorales con generosidad y visión de futuro pues los problemas que padecen
los venezolanos no se arreglan en pocos meses, cuando deben afrontar, por ejemplo, un escenario político
tan desconocido como es la cohabitación de una mayoría social indiscutible con
un presidente revolucionario y cabeza visible de una franja importante que aún
arropa los principios y las convicciones de un proceso iniciado por Hugo Chávez
Frías. Paradójicamente, serán su Constitución y sus leyes -a la espera de
modificaciones- las que ahora haya de soportar. Pero que tenga muy presente la
Mesa el pensamiento y el desempeño de Henrique Capriles Radonski, actual
gobernador del Estado Miranda y candidato a la presidencia de la República en
dos oportunidades: su estrategia de no responder con enconos ni alimentando
discordias desde una posición de unidad política fortalecida y participar sin
reservas cuando llamen las urnas, ha sido decisiva para que alumbre esa nueva
era en la que, basándose en la experiencia, casi está prohibido cometer
errores. Esa mayoría indiscutible debe evitar imposiciones absolutistas, no sea
que éstas hagan rebrotar no solo los legítimos afanes de recuperación de
quienes ahora han palpado la amargura de un revés electoral sino las fáciles
interpretaciones de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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