Se viene hablando, por varios motivos, de la defensa y
promoción del patrimonio histórico del Puerto de la Cruz. Hasta el pleno del
Ayuntamiento, tan dado últimamente a la aprobación de iniciativas casi sin
debatir, adoptó un acuerdo para la creación de un consejo municipal que se
ocupará de esa doble finalidad. No es que el panorama haya cambiado de la noche
a la mañana pero algo se mueve entre plataformas cívicas que luchan contra la
desidia y grupos políticos sensibles que intentan inculcar y multiplicar los
valores patrimoniales locales ante los que tan indolentes se han mostrado los
portuenses históricamente. Otros agentes sociales tendrán que hacerlo.
Es mucho lo
que hay que hacer, de modo que ese futuro consejo municipal tiene trabajo por
delante, al menos para impulsar proyectos de recuperación o conservación; pero,
sobre todo, para llevar a cabo programas pedagógicos y divulgativos -lo más
pragmáticos posible- que desde los primeros niveles de enseñanza favorezcan el
interés y el acercamiento de los educandos a la fisonomía de la realidad urbana
en la que han de convivir y transitar.
Es muy
incipiente, muy primario ese ambiente que habrá de cristalizar con acciones y
acuerdos visibles para que la gente se anime y compruebe que la porfía es seria
y que es acreedora de participación activa y de reconocimiento. Pero son unos
primeros pasos válidos para dotar de alumbrado público al entorno de la ermita de San Telmo, por ejemplo. O
para que las administraciones competentes hagan fluir el expediente de reconstrucción
de la Casa Amarilla. O para evitar el derrumbamiento del templete de Lomo
Nieves. O para que la casona de San Antonio presente un aspecto distinto al que
actualmente tiene. O para que el inmueble del antiguo hotel/casino Taoro tenga
un uso que lo saque de esa visión fantasmagórica que desde hace algún tiempo lo
envuelve. Y para que inmuebles y monumentos del casco, en fin, cerrados o
abandonados, terminen no cayéndose.
Lo hemos
dicho y hay que insistir: es indispensable frenar el deterioro de una parte del
acervo patrimonial portuense. Es la historia del municipio, son los vestigios
del pasado, las señas de identidad que, si desaparecen, serán como las huellas
borradas, en este caso, por la dejadez, la incapacidad y la inacción del ser
humano. Y esto no colisiona con proyectos de infraestructuras y dotaciones, por
lo demás bastante condicionados a prioridades político-sociales, a firmeza en
las gestiones que se emprendan y a la capacidad inversora tanto pública como
privada. Lo cierto es que hay que poner fin a la decadencia.
Algo se
mueve. Pero, además de la voluntad, hace falta civismo, compromiso,
sensibilidad y políticas específicas que cuenten con unos mínimos
planeamientos. Paradójicamente, a ver si recuperando con fundamento el pasado
se convierte el Puerto en un atractivo destino turístico de futuro.
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