Sustituir experiencias por
emociones. De eso se trata, por lo que se lee, en el mercado turístico. Algunos
expertos creen que el excelente momento que atraviesa el sector propicia que la
tendencia haya venido para quedarse, con lo que quienes apuesten por la
fidelización tienen un campo más difícil, pero potencialmente muy atrayente en
el que desenvolverse.
Parece que ese concepto, el turismo de experiencias, queda
superado, entre otras causas porque ha sido sobreexplotado. Fue útil mientras
mantuvo sus atractivos o hasta que los abusos terminaron convirtiéndolo en un
recurso manido y poco competitivo. Las sobredosis acaban con los organismos más
resistentes. Los destinos y los operadores turísticos -algunos muy dados a lo
acomodaticio, creyendo que la rutina es larga y favorecedora- estimaron que las
experiencias servían incluso para diferenciarse. Ahora esa impresión palidece;
habrán de renovar la modalidad si es que quieren seguir conservando y captando
cuotas de mercado.
Y ahí aparecen las emociones como alternativa, bien es
verdad que “las experiencias son el medio para alcanzar las emociones”, según
define el profesor y consultor de Turismo, David Mora, quien está convencido de
que a lo largo del presente año (que avanza a ritmo de récords) los destinos o
productos capaces de generar emociones en los visitantes gozarán de una mayor
demanda. Atención a este diagnóstico del profesor Mora: desde hace años, los
turistas vienen huyendo de lugares comunes, masificados y de destinos
indeterminados.
Por lo tanto, hay que generar emociones. Esa es la cuestión.
“Si una vivencia turística no es algo novedoso, positivo y placentero y que
logra erigirse en un recuerdo indeleble en nuestra memoria, no podría
considerarse una auténtica experiencia”, razona Mora, para quien los viajes
deben ser propuestas para sentir emociones. Se trata, pues, de diseñar
vivencias irrepetibles desde el punto de vista personal, alejadas de lo
cotidiano y productoras de recuerdos permanentes.
Esa es una nueva tecla del concepto de fidelización, tan
manejado en algunos destinos turísticos que, por no innovar o cualificar su
oferta, han visto perder ciertas hegemonías o, más sencillo, segmentos de
mercado que en otros tiempos arrojaron excelentes resultados. Si las alcanzaron
a base de experiencias temáticas, ya deben saber que se han saturado y agotado.
Se precisan -y esto lo deben tener muy claro los sectores público y privado-
nuevas interacciones que permitan al visitante identificarse con el destino a
partir de las emociones que puedan sugerirle la oferta y participar de ellas, a
su aire, asumiéndolas y transmitiéndolas, si esa es su voluntad. Por tanto,
dirigentes, creadores y ejecutivos ya deben estar poniendo manos a la obra de
las emociones, en el territorio o en la actividad capaces de inspirar un
momento mágico, de esos que perduran. Es la segunda fase del negocio turístico,
la de las emociones.
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