Es
una gran verdad la que escribe la investigadora de la Universidad de
Sevilla, profesora Rosa María Rodríguez Cárcela: “La información
política buscaba al periodista, mientras que la información
criminal tenía que ser investigada por el periodista”. Hoy en día,
la situación es muy coincidente, salvando las circunstancias
tecnológicas, líneas editoriales y alguna otra.
Pero
es así: la política lo es todo, o casi todo. Las instituciones, los
partidos, los núcleos de información política generan
considerables volúmenes de datos, enfoques, declaraciones, relatos
históricos y previsiones que son trasladados a redactores, más o
menos especializados, hasta inundar su mesa de trabajo de modo que
solo sea necesario hacer las llamadas indispensables para su
verificación o un mínimo contraste. Hechas las excepciones de los
grandes acontecimientos (investiduras, tomas de posesión, cumbres,
dimisiones, votaciones de alguna ley, relevos…), prácticamente es
innecesario acudir al lugar de los hechos. La información política
fluye incesantemente y busca al periodista porque es su propio
interés.
La
profesora Rodríguez Cárcela, en un trabajo publicado por la Revista
Internacional de Historia de la Comunicación del que se hizo eco
Fernando Pérez Ávila en Diario
de Sevilla, diferencia
esta dinámica -¿o cabe decir también mecánica?- de lo que ocurre
con los sucesos, sección que, junto a los deportes, sobrevive
gracias a que exige presencia física para la adecuada y más creíble
cobertura y al entusiasmo y desvelos de quienes tienen encomendadas
las tareas correspondientes.
La
“información criminal”, como llama Rodríguez Cárcela, obliga,
de inmediato a una mínima búsqueda. Se trata de desplazarse al
lugar de los hechos: un siniestro, un accidente, un caso de violencia
de género, una violación, un encierro, un incendio, un secuestro…
Hay que ir allí para ser notario de lo que acaece, para preguntar a
testigos y a fuentes oficiales. Pero hay que moverse, hay que hacer
una investigación de mínimos.
Pero
esto no hay que confundirlo con el protagonismo, tendencia que se ha
advertido en algunos profesionales, enviados especiales o presentes,
sencillamente, en la que -por seguir a la profesora Rodríguez-
sería la escena del crimen. Recordemos lo ocurrido con aquellas
imágenes de los atentados terroristas de París o Bruselas. Se trata
de evitar que peligre la integridad física, por un lado; y que un
exceso de audacia o de celo del profesional desvirtúe o desvíe lo
esencial de la noticia.
Otra
cosa, en ese sentido, es el tratamiento que se le dispense a la
información con ulterioridad. Los riesgos de amarillismo son
evidentes. Se trata de no incurrir en alarmismos ni exageraciones.
“Son los días en que la gente compra por fin el periódico”, nos
dijo una vez un gerente que se entusiasmaba, en una suerte de
morbo, con tres o cuatro páginas de abundante información gráfica.
Puede haber, en efecto, una mayor demanda informativa pero debe
primar siempre el equilibrio y el rigor, entre otras cosas, para
conferir los adecuados valores de haber estado sobre el terreno y
haber iniciado un trabajo -aún con las exigencias de la inmediatez y
al apremio- basado en la visualización y la investigación elemental
de lo sucedido.
La
credibilidad se gana ahí.
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