No
hace mucho tiempo se hacía contabilidad de los fallecidos o de los
desaparecidos. Y la tragedia se hacía más dolorosa, además de inacabable.
Las
informaciones tienen ahora como núcleo el número de rescatados. Eso no
significa que mitigue la tragedia pero, al menos, tiene una cara algo menos
dramática. En efecto, en dos días, la Guardia Costera italiana , ayudada
por organizaciones humanitarias y medios
privados, rescató a casi once mil personas
en el Canal de Sicilia. Habían partido de Libia, aprovechando la bonanza
del Mediterráneo, y soñaban con la Europa de promisión. Bueno con la tierra
donde no hubiera bombas ni destrucción ni miseria.
Once
mil. Se dice pronto. Once mil que se salvaron seguro que no sin prolongar las
penalidades, los riesgos y las incertidumbres. Datos de la Organización
Internacional para las Migraciones señalan que, en lo que va de año, han
fallecido más de tres mil quinientas personas en esa travesía posible pero
plena de tribulaciones. Otras trescientas mil la completaron, en efecto, pero
todas las imágenes desnudan el sufrimiento experimentado.
Las
cifras son durísimas, indicadoras del éxodo y de la tragedia, a la que no hay
manera de encontrar un desenlace. Ahora
contamos rescatados y ello sirve para respirar esperanza. Mejor, dicho: vida.
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