El
Museo Arqueológico Municipal del Puerto de la Cruz cumple
veinticinco años. Es una fecha que no debe pasar inadvertida aunque
los portuenses, salvo excepciones, han acreditado tener escaso apego
a sus recursos y valores patrimoniales. Y eso que, en el caso del
Museo, es innegable, tal como enfatiza su infatigable
directora-conservadora, Juana Hernández Suárez, que fueron parte
activa de su génesis, que data de los años setenta del pasado siglo
hasta materializarse en 1991. Hasta tres mil firmas fueron estampadas
para impulsar no la reapertura de una sala de arqueología, germen de
la iniciativa, sino la creación de un nuevo museo, con propiedades
de tal y sede estable, ajustado a las colecciones de las que se
disponía y a los avances culturales y científicos de la época.
Repasando la trayectoria, podría hablarse de una historia de tenaz
empeño popular sustanciada en un atractivo modelo de proximidad
social. La sensibilidad y el entusiasmo de Paco Afonso, siendo
alcalde, fueron determinantes.
Pues
ya han trascurrido veinticinco años, en los que no han faltado
penurias que hicieron temer, hace muy pocos años, por restricciones,
insuficiencias presupuestarias y otras priorizaciones de gastos,
hasta por la zozobra definitiva. Menos mal: su cierre o su pérdida
hubieran significado otra prueba de esa extraña capacidad de los
portuenses para no mantener hechos o cosas que ellos mismos han
creado.
Ubicado
en una vieja casona del siglo XIX, adquirida por el Ayuntamiento,
restaurada por el arquitecto José Miguel Márquez, y que da a las
calles San Felipe y Lomo, el Museo Arqueológico Municipal es una de
las dotaciones culturales más importantes de la ciudad y de la isla.
Un Patronato regula e innova sus actividades. Buena parte de los
fondos proceden de donaciones o aportaciones privadas. Celestino
González Padrón, Telesforo Bravo Expósito, la familia Gómez, y
los herederos de Luis Diego Cuscoy son nombres destacados en esa
historia de veinticinco años y en sus antecedentes. Hay una
llamativa colección de cerámica aborigen, restos momificados
guanches, utensilios, mapas, maderas, piedras punzones y anzuelos de
hueso. Esa colección constituye la mayor y más representativa
muestra de alfarería guanche de toda la isla. Con los responsables
del Museo nos hemos percatado del celo para investigar en nuestro
pasado más remoto y para conferir al “conservacionismo” aplicado
al arte el valor que realmente entraña.
Pero
el centro también se ha implicado en la dinamización y desarrollo
de la ciudad, fomentando, sobre todo, la participación social. Con
asesoramiento técnico, con proyectos propios y con actividades que
irradian un modelo de trabajo de proximidad social que hace honor a
los promotores y ya ha contrastado su repercusión para los fines
educativos, culturales y de interacción social en los que viene
esmerándose. Es un trabajo constante que requiere de apoyo y
atención, no la que se da por sobreentendida en aniversarios y
conmemoraciones, sino los que deben prestarse de forma regular y
constante para la educación patrimonial y el fomento de la cultura
en forma de actividades como el Beñesmén, ya convertido en un
clásico, tendentes a promover el aprendizaje, conjugando el carácter
educativo con el estímulo emocional.
Ya
son veinticinco años. Hay muchos surcos. Hay mucha simiente. Hay
muchos registros. Los portuenses deberían ser más conscientes y
sensibles a esos valores.
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