Érase una vez... los
niños, bueno: gente de todas las edades, dirán y escucharán esta
expresión de forma abundante durante estos días. En la tradición
popular alude a un pasado antiguo, muy antiguo, y con ella se
anticipa o se imagina un universo mágico y maravilloso, al menos en
un cuento infantil, a base de repetirla... para ilusionar y
entretener, sobre todo para ilusionar. Como la expresión es empleada
en muchas lenguas, a lo largo y ancho del mundo, con su traducción
literal o adaptada según las respectivas culturas, esa ilusión se
universaliza.
Estamos ya en esas
fechas en las que casi todos hablamos el mismo lenguaje, el lenguaje
de los cuentos, de los símbolos y de las alegorías en torno a un
hito o acontecimiento sin igual. Es el soporte de la manifestación
válida para renovar o prolongar las costumbres, para cultivar las
tradiciones y para dos hechos más: acentuar las creencias y dar
rienda suelta a la creatividad artística o al quehacer artesanal.
En Belén, que
significa 'la casa del pan', empezó todo. En esta pequeña localidad
de Palestina, nació Jesucristo, el Hijo de Dios, el Pan de Vida, el
Redentor, el Mesías prometido por Dios desde tiempos remotos. La
profecía de Miqueas se ha ido transmitiendo de generación en
generación: “Y tú, Belén de Judá, ciertamente no eres la menor
entre las principales ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe
que apacentará a mi pueblo, Israel”.
Entonces, se entiende
el uso del término belén, también portal o nacimiento, con los que
simbolizar e interpretar el Misterio, el leitmotiv de esta
conmemoración: se ve al Niño Jesús que ha nacido, recostado en un
pesebre, un recipiente donde se pone de comer a los animales que le
sirve de cuna improvisada. Está envuelto en pañales -se supone que
hace mucho frío- aunque la ternura popular lo representa poco
abrigado. Está entre sus padres, la Virgen María y San José: la
Sagrada Familia. Este es el motivo central del belén cuya
representación nos mueve a la contemplación del gran misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios.
Se ha transmitido a
través de sucesivas generaciones. Aunque ya se aprecian
representaciones de la Virgen María con el Niño en las catacumbas,
fue san Francisco de Asís, en el año 1223, quien promovió la idea
de representar la escena del nacimiento de Jesús utilizando personas
y animales de verdad. Algún autor sostiene que esto le ayudaba a
considerar la realidad del misterio del alumbramiento de Cristo. La
iniciativa se afianzó y se hizo costumbre en la Iglesia, de modo
que, hoy en día, en los hogares, en las parroquias, en sedes
institucionales o centros cívicos, en tantos lugares del mundo, se
celebra la Navidad, en un medio ambiente adecuado, diseñando e
instalando el belén.
La conclusión es que
estamos ante una saludable y piadosa costumbre popular: el belén
como una recreación artística y plástica, llena de matices, de las
circunstancias y acontecimientos que rodearon el nacimiento del Hijo
de Dios. Esa recreación transmite, entre otras muchas ideas, la
bondad de Dios con el género humano, la paz universal entre los
hombres y entre los pueblos, la unión entre las familias, la
concordia y la humildad. Ayuda al creyente a profundizar en la
alegría de la salvación de la Humanidad realizada por el propio
Jesucristo.
En el siglo XXI, entre
la pérdida de valores, el materialismo y otros males de nuestro
tiempo, aquellas cualidades cobran más sentido. Lo escribía esta
misma mañana, en una red social, el comercial realejero Oswaldo
Hernández Báez: “Qué extraño todo. Se ve la Navidad como una
posibilidad comercial a lo largo del año. La antítesis de sus
inicios. ¿Será que los mercaderes nos robaron la memoria?”,
termina preguntándose.
Tras la descripción
general, nos detenemos en esta Exposición de Belenes, cuyos
promotores van forjando una cultura belenista, exportable, con
proyección, otra prueba de la producción creativa y artística de
portuenses enamorados de su pueblo que se esfuerzan, en medio de las
penurias, en acreditar que su quehacer no desmerece; que si se
quiere, se puede; que con empeño, se llega y se logran resultados
cada vez más admirables.
Con todo orgullo, la
Asociación Cultural Belenista 'San Francisco de Asís' luce ya su
título de ingreso en la Federación Española de Belenistas,
aprobado en la asamblea celebrada en Madrid el pasado 12 de junio.
Martín Álvarez es el factótum. Ángeles Morales, su esposa, no le
va a la zaga. Ahí están ellos, erre que erre, trabajando, alargando
horas, gestionando recursos, animando a quienes se suman, haciendo,
en definitiva, de todo con tal de que la exposición, la gran
referencia de las celebraciones navideñas y de año nuevo
portuenses, mejore, gane en calidad y haga las delicias de gente de
todas las edades y de toda condición social.
Recuerden: érase una
vez, Martín Álvarez, y sus afanes cristalizaron en la ilusión de
creadores sensibles y pacientes y de miles de niños y adolescentes.
Su dedicación y su
ánimo perfeccionista nos traen en esta ocasión la secuencia de
siete dioramas que se puede contemplar en el que fue salón de actos
de este antiguo colegio. La Anunciación, la posada, el nacimiento,
la anunciación de los pastores, el castillo de Herodes, el mercado
de Belén, la huida a Egipto y el pueblo de Belén componen esa
secuencia del panorama en el que lienzos transparentes pintados por
ambas caras permiten, por efectos de iluminación, ver en un mismo
sitio dos cosas distintas.
El icodense Maxi
Fuentes, un excelente marquetero, nos ofrece, en la misma sala, con
el grupo Taller de la Asociación, una renovada composición de belén
hebreo en la que destaca la utilización del espacio arquitectónico.
En las otras salas,
antiguas aulas, la familia Afonso Armas y Roberto Torres González
reflejan en el esmero con que hay que tomarse este tipo de
confección, sobre todo, como es el caso del segundo, cuando hay que
valorar las centenarias figuras de los Reyes de Oriente. Igual ocurre
con el ajuste de los elementos que luce el profesor de Bellas Artes,
natural de Guía de Isora, José María Mesa Martín.
Hasta llegar al belén
napolitano en el que Martín y Ángeles vuelcan su versátil
meticulosidad artística para completar veinte metros de longitud que
condensan la composición que es... una auténtica joya.
Luis Dávila, con sus
mezcolanzas e interpretaciones curiosas, aporta, en la última sala,
ese buen gusto que siempre cautiva.
Unas
breves palabras explicativas para acercarnos al belén napolitano,
ubicado en la antigua capilla del centro. Este belén representa la
época medieval de Nápoles,
donde se observan las costumbres de ese entonces, pero también la
llegada de los reyes para adorar al niño. Para realizar este belén
los autores han tenido que conocer la historia de Nápoles, cómo era
el día a día en la ciudad y saber cómo se vestían los ciudadanos.
El
belén napolitano es el más llamativo. Las figuras del mismo
pertenecen a la realización y proyecto de un nacimiento compuesto
por 278 personajes. Son de terracota, es decir, cada personaje está
hecho de arcilla modelada y endurecida al horno. Todas las piezas
proceden de Nápoles. Explica Álvarez que fue en la ciudad italiana
donde compraron los pies, la cabeza y las manos de las figuras. “El
resto del cuerpo -dice- lo hacemos en el municipio con vergas y
estropajo. El diseño de los trajes y la pintura de las figuras están
confeccionados a mano por nosotros. Los zapatos los hacemos de cuero
y los ojos son de cristal”.
Esta
detallada descripción sirve para contrastar la meticulosidad de
quienes han ido incorporando nuevos personajes y nuevos elementos
para proporcionar más lustre y realce a esta auténtica obra de arte
de la que se sentiría orgulloso, el mismísimo Carlos III que
impulsó, allá por el año 700, la costumbre de instalar el belén
fuera de las iglesias para así adornar las estancias de los palacios
de la nobleza napolitana. En este clásico, un precioso testimonio de
usos y costumbres, las escenas representadas reflejan, en un contexto
de religiosidad, decepciones y esperanzas, expectativas e ilusiones.
Ilusiones que se van a mutiplicar a partir de ahora, como señalamos al principio, érase una vez..., cuando surquemos el túnel del tiempo para responder a tantos por qué, para establecer semejanzas, para delimitar los pretéritos y para intentar hacer comprender que la vida, entonces, distaba mucho de la visión mercantilista que ahora predomina.
La exposición, para
acabar, es una muy sólida contribución a esa gran aspiración de
los promotores: lograr que el belenismo sea considerado como
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la
UNESCO. Son ocho siglos de historia y tradiciones. Son millones de
personas prolongándolas y renovándolas.
Si se consigue, este
esfuerzo de portuenses, allegados y amigos, reunidos en torno a la
Asociación Cultural Belenista y forjados en la entusiasta e
inagotable cultura del belenismo, será tenido en cuenta y se dará
por muy bien empleado.
¡Enhorabuena y mucha
suerte!
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