Velina
y Eugenio han unido sus vidas y ahora su creatividad artística. Se
diría que esta es la fusión -al menos, formal- del figurativismo de
Díaz y la minuciosidad politécnica de Ivánova. Es una fusión
respetabilísima con sus respectivas concepciones pictóricas, con
sus ideas y sus tendencias. Por eso, los elementos fluyen para
realzar las impresiones paisajísticas y la interpretación
naturalista del Puerto, muy poco apreciada por cierto, pese a su
exuberancia.
Fluyen
hasta resultar singularmente atractivos. Tahíche Díaz Peña, uno de
sus críticos, pintor y escultor, habló hace unos años de la mirada
de Eugenio, qué decía esa mirada: “Ensoñaciones que son miradas
desde su mirada -escribe-, desde la vida diaria, desde la nostalgia,
desde las pesadillas, miradas desde el sujeto, desde el oriente u
occidente, miradas a la tierra desde la tierra, miradas donde se
encuentran miradas perdidas, miradas ingenuas; pero todos sabemos que
la mirada no es ingenua y está claro que Eugenio, pintor,
científico, que busca e indaga en las razones por las que el mundo
es como es, nos muestra una mirada (la suya), una preocupación (la
universal), una postura (dirección), una devoción (pasión) que
decide. Y decide pintar”.
¿Qué?
Ahí lo tienen: los paisajes del norte tinerfeño, la Mesa Mota, el
trigal, campo de amapolas, el verde tejinero, la retama copiosa y
rebelde, el Teide níveo, la peculiaridad de Bajamar, rincones cuyo
paso es probable que frecuentemos pero sin reparar en su plasticidad,
lo rural desencadenante del bucolismo, incluso en los tonos pasteles
empleados para armonizar el impresionismo, modulando la escala
policromática que favorece la imaginación de la mirada, fijada con
devoción, que también es pasión, como dice Tahíche. A la tierra
desde la tierra.
En
el silencio impregnado de serenidad que en su pintura descubriera el
crítico Joaquín Castro, se adivina la sutileza de quien hace
bascular la luz de modo que los colores ofrezcan calidades que hacen
remirar reflexivamente su creación hasta hacer dudar: fría o
cálida, ¿cuál de verdad transmite? Cuando el propio Castro habla
de Eugenio Díaz como “pintor pletórico, intenso, colorista,
lírico, soñador...” está hablando de un autor que adversó el
estancamiento para avanzar, siempre libremente, hacia horizontes que
armoniza con trazo rápido y tonalidades apropiadas. El resultado es
siempre llamativo, ese que es todo, menos indiferente. Lo acreditó
en entregas anteriores con sus figuras y figurantes, con sus
paisajes, con sus bodegones y con sus óleos. Ahora, nuevas
ensoñaciones expanden su mirada que, en el fondo, desvela la
apacible insatisfacción pictórica.
Velina
Ivánova es búlgara. Hay algunos rasgos biográficos que debemos
citar para general conocimiento. Se formó en la Escuela de
Especialidades Artísticas de Troian, en su país. Avanzados los años
noventa, trabajó en los talleres privados de dibujo y pintura con
los profesores Motco Bumov y Gueorgui, dos catedráticos de la
Universidad de Bellas Artes Veliko Tarnovo. Ingresó para
especializarse en pintura en la Universidad San Cirilo y Metodio.
Hasta que ya en el año 2000 accedió a una beca otorgada por la
Fundación ARAUCO (Artes y Autores Contemporáneos) e impartida por
el pintor español Guillermo Muñoz Vera, con la se especializó en
“Procedimientos pictóricos de la pintura europea del siglo XVII”.
Es
componente de la Asociación Búlgara de Pintores y Escultores y de
su homóloga española con sede en Madrid. Está en posesión de
varios premios individuales; ha sido jurado de distintos concursos
artísticos; ha expuesto, además de en su país, en Madrid, Toledo,
Santa Cruz de Tenerife y La Laguna. Su obra ha sido adquirida por la
Casa Real española, el Museo Casa de la Cultura de Elda (Alicante),
el Museo Casa del Reloj de la Villa de Santa Cruz del Valle (Ávila)
y por el ayuntamiento toledano de Borox.
Estamos,
pues, ante una artista consumada. Dotada de una versatilidad
asombrosa a poco que se descubra la vivacidad de sus pinceladas sobre
tinta china y con aguada, sobre otros colores o con lápiz sobre
acuarela y óleo.
Velina
no solo ha rescatado sino que ha elevado la miniatura. El retrato o
las escenas cortesanas caracterizaron este género a partir del siglo
XVI. Se trata de cuadros pequeños, a veces encajados en medallones,
relojes de sobremesa o joyeros. Las miniaturas se ejecutan con una
cierta variedad de técnicas pictóricas a las que Ivánova no es
ajena: óleo sobre cobre, estaño, esmalte o marfil, aguadas sobre
pergamino o cartulina y hasta sobre papel vitela.
Algunos
estudiosos señalan que la aparición y el desarrollo de la
fotografía acabaron con la miniatura. Pero Velina Ivánova parece
haberse empeñado en lo contrario. La frondosidad de la vegetación
portuense, la del parque Taoro, incluso la más próxima, la que
envuelve al barrio donde habita, El Durazno, es una auténtica
tentación para los dibujos rápidos y los trazos variados de su
lápiz hasta lograr un pulcro y filigranesco detallismo que otorga
más valor a su obra.
Esos
rincones de generosidad floral, las buganvillas, los rosales, los
glaucos y la multiplicidad de tantos matices -hasta en una marina de
Martiánez- se rinden ante la meticulosidad de la autora. Hace bueno
el principio de que la luz natural es la más recomendable para
pintar. Las suyas son obras delicadas ya en acuarelas ya en óleos.
Velina Ivánova induce a una suerte de introspección y a un diálogo
con el espectador. Ella misma lo ha confesado, “explorando -son sus
palabras- un acoplamiento de dos estilos en la pintura, realismo y
abstracto, obtengo una unión paradójica de los mismos en los que
trato de transmitir y reflejar de un modo analógico a la misma vida
real, auténtica y a la vez abstracta, universal y global”.
Un
artista anteriormente citado, licenciado en Bellas Artes, Tahíche
Díaz, define con soltura la obra de Ivánova, después de destacar
su destreza para el retrato, siempre ejecutado con exquisitez: “Un
ejemplo de realismo y naturalidad gracias a un minucioso, exhaustivo
y paciente proceso, unido a una sensibilidad exquisita”.
La
pintura en miniatura, entendida como expresión del arte universal,
permite contrastar la intención de la artista, sus sentimientos y
sus pasiones. Lo mismo puede decirse del resto de su producción en
sus distintas vertientes.
En Trazos
y pinceladas (La Ranilla Espacio Cultural, hasta el 31 de diciembre), Eugenio
y Velina fusionan, en cierto modo, sus estilos, sus peculiaridades
para terminar hablando un pluralista lenguaje pictórico que contiene
la evolución de sus creaciones no solo al calor de los sentimientos
unidos sino de un espíritu de superación que les hace amar el arte
y sus infinitos caminos como personas sensibles y extraordinarias.
No llegamos a tiempo para oírlo...pero lo leí y esta muy acertado y de un conocimiento del verbo agradecido,y con calificativos acertados. Saludos y gracias por publicarlo para los que llegamos tarde nos hagamos nuestro esas letras escritas con tanta calidad.
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