Faltaba
Othoniel Rodríguez, el pianista, pero previsor él, dejó la
siemprevivas -en Cuba, sandiegos- bien colocadas sobre la placa del
busto; mientras el profesor José Javier Hernández, el amigo de
Eduardo Galeano, buscaba verodes para el belén de su casa y a duras
penas mantenía la reserva del “cuentito” escrito para la ocasión
en la noche del viernes. Elsie Ribal memorizaba el enésimo poema,
recitado al estilo clásico; mientras el incansable Isidoro Sánchez
rescataba de un par de antologías versos pintiparados, leídos,
además, con énfasis emocionante. Abel Hernández grababa todo para
el cada vez más copioso patrimonio del colectivo cultural 'La
Escalera'; mientras Agustín Armas plasmaba en su cámara digital
varios momentos del acto. Por allí andaban Melecio Hernández,
Leoncio Estévez y esposa, Hans Kamelia y esposa... Amigos,
admiradores...
Mediodía
del sábado, atalaya del Taoro, donde está emplazado el busto de la
cubana Dulce María Loynaz, de asombrosa exactitud con su fisonomía,
original de Carlos Enrique Prado. Conmemoración del 104 aniversario
del nacimiento de la escritora, Hija Adoptiva del Puerto de la Cruz
desde 1951 y premio Cervantes de literatura en 1992. La sencillez por
bandera de este grupo de clásicos, amantes de lo loynaziano -como
gusta resumir a Sánchez- y del hecho cultural, al que han dedicado
no pocos afanes, cada quien en su faceta, incluida la de espectador.
Sencillez
para corresponder a la autora de Un verano en Tenerife, el
libro publicado por primera vez en Madrid en 1958. La sensibilidad de
su escritura tiene en esta fecha, desde hace algunos años, un
reflejo sosegado y sin alharacas por parte de quienes la conocieron,
la trataron y la estudiaron, siempre predispuestos a honrar su
memoria. “Aquí adornamos la ciudad de literatura con su prosa y
poesía”, diría Sánchez, entusiasta y gozoso para ofrecer “una
cuota de cultura”.
Hay
que agradecer la fidelidad de quienes, aún a costa de parecer
pesados y monotemáticos, mantienen encendida la llama de muchas
actividades culturales en el Puerto de la Cruz, donde tanto cuesta
hacer cultura, donde tan difícil es abrazar alguna causa seria y
donde tan escaso apego se dedica a figuras señeras del arte y de la
ciencia que residieron durante un tiempo en la ciudad.
Loynaz
nos dejó su poesía, su finura, la pulcra adjetivación de sus
versos. Que la sigan recordando en cada 10 de diciembre, la fecha de
su natalicio en La Habana, es digno de reconocimiento. “Los días en
el Puerto vuelan como hojas de almanaque al viento del mar”, es ya
una célebre frase de Un verano en Tenerife que
contribuyó a la proyección del municipio. El 104 aniversario fue
otra hoja más que voló sobre el “echado” Atlántico desde la
atalaya del Taoro, con versos renovados y reiterados, con creativa
imaginación literaria y con la evocación de una autora que dejó
huella. "El paseo casual de Dulce María Loynaz por el Puerto", título del cuento de José Javier Hernández.
Por
eso, cobró vigencia de nuevo la frase del premio Nobel mexicano
Octavio Paz: “Recordar es vivir”.
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