El
ministro de Justicia, Rafael Catalá, vino a decir, con respecto al
infausto suceso del avión YAK en el que perdieron la vida sesenta y
dos militares españoles, que no, que no había que pedir perdón
pues poco menos que eso era conceder la razón a los familiares de
las víctimas. Otros compañeros del partido gubernamental -en una
interpretación ciertamente peculiar- dijeron que las
responsabilidades ya quedaron depuradas en las urnas, tras las
convocatorias de favorables resultados. Pero la ministra de Defensa,
María Dolores de Cospedal, en un hecho insólito si nos atenemos a
lo que acostumbran su formación política y ella misma, ha venido a
presentar disculpas en sede parlamentaria a las familias de los
fallecidos después de que el Consejo de Estado, como se sabe,
dictaminara que el Estado, teniendo en cuenta los hechos que rodearon
al trágico accidente, tenía responsabilidad.
Que
se sepa, a esta hora, ha renunciado a su cargo de embajador de España
en Londres el que fuera ministro en aquel entonces, Federico Trillo.
No sin polémica. Y no sin dolor, un suponer, pues la manifestación
-va sin segundas- de Cospedal, ante el tras el suceso, le habrá hecho, cuando menos, fruncir
el ceño. Gracia no, desde luego. Su terquedad se desmoronó y así
sea porque gobernar en minoría acarrea estas cosas y estas
variaciones o porque la ministra querrá desmarcarse del marrón, lo
cierto es que Trillo se ha quedado compuesto y sin otra adhesión que
la de uno de sus secretarios de Estado. Inquebrantables que son
algunos.
Y
que se sepa, a esta hora, el que se mantiene es el señor Catalá. El
perdón de Cospedal tiene que haberle sentado a cuerno quemado.
Cierto que no es la primera vez que dos altos cargos de un mismo
color político colisionan en público, pero no lo es menos que
discrepancia tan ostensible sobre un hecho que ha levantado tantas
ampollas ha reventado en plenas fauces políticas, sobre todo porque
cuando se trata de cuestiones tan sensibles hay que tener más
cintura o, si se quiere, ser más condescendiente, sobre todo cuando
el sufrimiento de unas familias no se ha agotado, principalmente
porque no tuvieron una señal, un gesto de comprensión o cercanía
humanista por parte de quienes han compartido menesteres
gubernamentales.
El
ministro de Justicia no ha renunciado ni lo hará. Es más, seguro
que preferirá mantener la posición por aquella de la coherencia,
aunque ahora se mantenga silente. A fin de cuentas, ¿qué más da un
perdón inculpatorio?
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